ALFONSO UGARTE: PATRIOTISMO Y PERUANIDAD

Su amor por la patria estaba por encima de su vida

La vida y el sacrificio del coronel Alfonso Ugarte Vernal, uno de los grandes héroes del Morro de Arica, representan la peruanidad y el amor a la patria en su sentido más elevado y puro. De él, como se dice de Miguel Grau, se puede afirmar que la infausta guerra sacó a flote todos sus dones, que lo convierten en un peruano ejemplar, digno de imitar en todos los tiempos.
Al estallar el conflicto, en 1879, Ugarte Vernal lo tenía todo en la vida: era joven, con sólo 32 años; era rico y acaudalado, como hijo de una de las familias más pudientes de Iquique. Más aún, al declararle Chile la guerra al Perú, ya tenía programado un viaje a Europa, para abordar los negocios de la empresa familiar. Y por si fuera poco, estaba enamorado y pronto a casarse con la bella Timotea Vernal, su prima.
Alfonso Ugarte sintió entonces el llamado de la patria. En su espíritu, ante el peligro que se cernía amenazante contra el Perú, no hubo duda alguna ni tampoco pidió nada a cambio. Como esos héroes griegos de la Iliada, el hijo de Iquique eligió el camino más difícil, el que optan los valientes que tienen pasta de inmortales. Y prefirió quedarse y no partir a Europa.
Foto de estudio del flamante oficial
Alfonso Ugarte, quien abandonó la
tranquilidad de su vida civil y empresarial
para tomar las armas en defensa del Perú.
Esa decisión, lo explicó en el testamento que pocos meses después firmaría, fue la más difícil y la más dura de su vida. Su abnegada madre, doña Rosa Vernal Carpio, y su joven novia, coincidieron en rogarle que se fuera a Europa. Total, él no era ni soldado ni oficial; era un contador graduado y su responsabilidad era asumir las salitreras de la familia, cuyas oficinas estaban en su natal Iquique.
En esa acción trascendental de quedarse estaba el inmenso amor a su patria. Ugarte había estudiado y vivido en Valparaiso seis años y tenía muchos amigos chilenos. Conocía que el trasfondo de la guerra era la ambición sureña por las salitreras de Bolivia y del Perú. Anticipaba además que, en ese objetivo, el gobierno de Chile no tendría miramientos y por eso era consciente del enorme peligro que se avecinaba.
Y el primer objetivo de Chile fue ocupar Iquique, la ciudad enclavada en el desierto y al bañada por el Pacífico, en la que fue alcalde apenas retornó de Valparaiso, en 1876, y en la que ayudó a fundar su Cuerpo de Bomberos.  
Iquique era la ciudad austral más importante del Perú. También era su principal fuente de ingresos, por las salitreras que se explotaban en su jurisdicción. Después de ocupar en marzo toda la provincia del Litoral de Bolivia, el gobierno de Santiago frustró la mediación peruana al hacer cuestión de estado sobre la Alianza Defensiva entre Perú y Bolivia, firmada en 1872. 

PERÚ NO ESTABA PREPARADO
Chile consideró la alianza como una amenaza y se reservó el derecho de declarar el estado de guerra. Así lo hizo formalmente el 5 de abril de 1879 y el inicio del conflicto fue un desafío que caló hondo en el patriotismo de los peruanos. Hombres y mujeres, grandes y chicos, afrontaron el reto, un reto contra el cual, como la historia después nos enseñaría, no estábamos en la capacidad bélica de responder. El Perú iba a la guerra sin las fuerzas preparadas ni las armas necesarias para su defensa.
Sólo uno de los dos blindados de Chile -el Cochrane o el Blanco Encalada- era dos veces más poderoso que el monitor Huáscar y nuestro supuesto mejor buque, la blindada Independencia, al estallar el conflicto estaba desarmada y en reparación en los diques del Callao. Las fuerzas terrestres tampoco estaban listas ni preparadas ni equipadas para un conflicto de la envergadura que nos lanzó Chile.
Fue entonces que emergieron de la peruanidad más profunda y del amor patrio más acendrado, gigantes de la talla de Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres y Alfonso Ugarte Vernal. Ellos y otros miles de peruanos, cada uno desde su trinchera, se preparó para vencer o morir en defensa del Perú.
Ugarte recibió una muy rápida preparación militar. En su proyecto de vida, hasta 1879, no estaba el tomar las armas y vestir uniforme. El conflicto trastocó su vida y ligó su destino al Ejército. No sólo se enroló voluntariamente, de su propio peculio organizó el Batallón Iquique N0 1, de 429 soldados y 36 oficiales. 
El empresario convertido en militar, equipó y uniformó este batallón y se puso al frente. Atrás quedaban definitivamente los ruegos de la madre y la  novia amada. Defender a la patria era ahora su razón de ser y así participó activamente en toda la campaña terrestre del sur, desde la retirada de Iquique,  en noviembre de 1879, hasta el infausto 7 de Junio de 1880.
Desaparecido el poder naval peruano en Angamos, el conflicto dio paso a la lucha en el extenso desierto meridional peruano. El Ejército del Sur, al mando del general Juan Buendía, inició el repliegue hacia Arica y, el 19 de noviembre, se dio el primer gran choque bélico en la Batalla de San Francisco o de Dolores, como la llaman en Chile. 
Los famosos Colorados de Bolivia lucharon con bravura en el Alto
de la Alianza, pero no pudieron evitar la derrota de los aliados y se retiraron
de la guerra.
Fue una oportunidad perdida que demostró la falta de organización y preparación de los ejércitos de Perú y Bolivia. El ataque aliado se inició sin una orden previa y, en el bando boliviano, cundía la desmoralización al conocerse que su presidente, Hilarión Daza, quien venía con sus mejores fuerzas para recuperar el territorio boliviano con apoyo peruano, había decidido unos días antes darse la media vuelta en la Quebrada de Camarones y abandonar la lucha.
En los inicios del combate, por su arrojo y valentía, las fuerzas aliadas estuvieron a punto de tomar los cañones chilenos parapetados en las cimas que dominaban San Francisco, importante por sus pozos de agua en medio del desierto entre Iquique y Pisagua. Pero la fusilaría aliada, desordenada y fuera del control de sus oficiales, disparó y abatió a sus propios hombres.
La lucha fue parcial en San Francisco. Solo una parte de los aliados participó en ese combate, que dejó casi intactas a las fuerzas chilenas. Luego vendría la Batalla de Tarapacá, el 27 de noviembre, donde las fuerzas peruanas, a pesar del cansancio y el menor número, en diez horas de lucha derrotaron a una división chilena de más de dos mil hombres. 
Allí participaron los futuros gigantes del Morro de Arica: Bolognesi, Ugarte y otros jefes distinguidos. Ugarte fue herido en la cabeza durante el combate. Le aconsejaron entonces ser evacuado para su total recuperación en Arequipa, pero él no lo aceptó y, con la cabeza vendada, siguió al ejército hasta Arica. En esa ciudad se recuperó de la herida, pero pronto caería enfermo de paludismo. Y nuevamente tampoco aceptó ser enviado fuera de la línea de combate. 

NUNCA ABANDONÓ SU PUESTO
Su amor por la patria ya estaba por encima de su vida. El Año Nuevo de 1880 no fue para celebrar. A la Marina de Guerra sólo le quedaba la corbeta Unión y dos monitores casi inservibles, el Manco Cápac, surto en Arica y el Atahualpa, en el Callao. Toda la provincia de Tarapacá, con su capital Iquique y los puertos de Pisagua y Huanillos, estaban en poder de Chile, cuyas fuerzas se preparaban ahora a asaltar Tacna y Arica.
Alfonso Ugarte Vernal, a pesar de sus riquezas y su influencia, nunca pensó por asomo en abandonar su puesto de lucha. Todo lo contrario. Consciente de que las batallas que vendrían serían hasta la muerte, a los 32 años hizo su primer y único testamento, fechado el 4 de noviembre de 1879, poco antes que saliera de Iquique junto con el ejército rumbo al norte.
  En ese documento de 15 páginas, dejó constancia que era su voluntad defender al Perú en su hora más difícil por “tener que afrontar el peligro contra los ejércitos chilenos que hoy invaden el santo suelo de mi Patria y a cuya defensa voy dispuesto a perder mi vida con la fuerza de mi mando”. No hay ninguna queja ni ningún lamento en esa voluntad de hierro, solo hay esperanzas en el triunfo y un recuerdo para su madre y hermanas, a quienes le suplica que lo perdonen por abandonarlas cuando más lo necesitan.
Los meses que siguieron fueron de frenéticos preparativos de defensa. En abril ya se conocía que el ejército del general Baquedano, de 15 mil hombres, tenía planeado desembarcar en Moquegua y bajar a Tacna para dar batalla. Las fuerzas aliadas se hicieron fuertes en el Alto de la Alianza. Bolognesi, Ugarte y sus hombres fueron destinados a Arica y defenderían la plaza si hay una derrota en Tacna. 
Para entonces, la falta de municiones ya era desesperante. Y las que habían, tenían hasta siete características distintas, como distintos eran los fusiles, escopetas y carabinas con que estaban armados los soldados peruanos y bolivianos, mientras que los chilenos tenían como arma oficial los modernos fusiles  europeos Comblain. Durante el combate, esta disparidad de municiones marcó la diferencia en la respuesta del fuego al enemigo.
En el Alto de la Alianza se derrochó valentía, pundonor y sacrificio. Las fuerzas bolivianas del general Campero pelearon dignamente y los aliados fueron superados por la mayor organización y la reserva chilena, que entró al combate cuando la lucha se inclinaba en su contra. Ocupada Tacna ese 25 de mayor de 1880, el ataque a Arica era ahora inminente.
El Morro de Arica antes de caer en manos de Chile.
Por mar y tierra, los defensores del puerto fueron bloqueados. Los blindados enemigos, sin rivales en el mar, se posicionaron frente al Morro y cañonearon el puerto impunemente, como antes lo hicieran, el 16 de julio del 79, contra Iquique. Los cañones peruanos no tenían la potencia para dañarlos a más de tres kilómetros de distancia. Al mismo tiempo, un telón de hierro rodeó toda la ciudad. Más de 4500 chilenos fueron enviados a tomar el puerto y su emblemático Morro.Confiado en su poder, el general Baquedano mandó un emisario, el mayor Juan de la Cruz Salvo, a plantear una rendición honorable a los defensores. La ventaja era de 3 a 1, sin contar a los buques de guerra que podían bombardear Arica sin recibir daño alguno. La respuesta de Bolognesi, con el respaldo de su consejo de guerra fue inmortal: “Pelearemos hasta quemar el último cartucho”.
Alfonso Ugarte Vernal estuvo entre esos hombres que respaldaron las palabras heroicas de Bolognesi. Ya antes, apenas se supo la derrota en el Alto de la Alianza, el viejo coronel de ascendencia italiana los convocó a un consejo de guerra y se acordó defender la plaza hasta el último hombre. 
La famosa respuesta de Bolognesi y su Estado Mayor: Luchar hasta
quemar el último cartucho,
Ugarte participó en esos dos consejos de guerra. No dio marcha atrás ni puso peros. Tenía todo para vivir feliz y tranquilo, pero había optado por defender la patria y, en esta hora suprema, no iba a dar marcha atrás. Él era uno de los jóvenes a los que se refería Bolognesi cuando le dijo a De La Cruz Salvo que él ya era viejo y esperaba la respuesta de sus oficiales.
Como era de esperar, los jóvenes oficiales no se amilanaron en ningún momento y ratificaron las palabras del veterano Bolognesi. Al darse por terminado el parlamento del mayor Salvo, los dados de la historia estaban echados y sólo quedaba esperar el ataque chileno, que sería en la fría y neblinosa madrugada del 7 de junio de 1880.
Los defensores del Morro afrontaron el reto. La lucha fue desigual, pero la bravura y el heroísmo peruano salieron a flote en medio de las balas, las bayonetas y los corvos enemigos. La casi totalidad de los jefes sucumbieron y entregaron sus vidas en el altar de la patria. Cada uno en su puesto, nadie retrocedió ante la avalancha chilena.
Fue en esos momentos decisivos, en la hora del honor y del heroísmo, cuando aparece en todo su dimensión Alfonso Ugarte, el joven que no quiso abandonar a su patria amenazada; el empresario que pudo haber visto la guerra desde Europa, pero que prefirió meterse en sus negras fauces para defender al Perú; el hijo querido y el novio amado, optó por el sacrificio y dejó a un lado la felicidad por ser fiel a su peruanidad.
En el fragor del combate, del humo de los disparos, de los gritos de los moribundos y de los cuerpos destrozados, Alfonso Ugarte tomó la decisión sublime de defender la bandera del Perú y, antes que verla profanada en manos enemigas, prefirió lanzarse con su caballo blanco al fondo de las aguas. Fue su última acción en defensa de la patria y de su emblema nacional, por la cual ofrendaba la vida y daba un ejemplo imperecedero de sacrificio por la patria que todo peruano debe cultivar. 
Imagen clásica del sacrificio de Ugarte en defensa del estandarte peruano. Su sacrificio fue corroborado por testigos presenciales durante la batalla.









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