“MI GENERAL IGLESIAS”, DIJO ALAN GARCÌA


El general Miguel Iglesias, el “Presidente Regenerador de la República” tras la derrota en la Guerra con Chile y una de las figuras más polémicas y discutidas de la historia peruana, tiene entre sus admiradores al presidente Alan García.

“Mi general Iglesias”, repitió hasta en tres oportunidades García en la cumbre del Morro Solar de Chorrillos, al celebrarse un aniversario más de la Batalla de San Juan (13/1/81), para que no queden dudas de su admiración por el presidente que aceptó las consecuencias de la guerra y firmó el Tratado de Ancón.

Paradojas de la política alanista, en su primer gobierno, García era más admirador del Mariscal Andrés A. Cáceres, el Héroe de La Breña o Brujo de los Andes, enemigo acérrimo de Iglesias. Tanto se identificaba con él que le inauguró una estatua en Palacio de Gobierno. Alan entonces decía orgulloso que él y Cáceres tenían la misma talla, en tamaño por supuesto.

Y no sólo admiraba a Cáceres. También tenía cálidas palabras para el Mariscal Andrés de Santa Cruz, el gobernante boliviano que hizo posible la Confederación Perú-Boliviana (1836-39), combatida y destruída por Chile. “Si hubiera otro Santa Cruz”, decía entonces, cuando pregonaba el socialismo, era no alineado y estaba ansioso de entrar en la Historia.


Hoy de ese Alan García no queda nada y este cambio se refleja también en su visión de la historia e identificación con los personajes históricos, y el legado de Iglesias podría ayudarnos a entenderlo.




EL COSTO DE LA DERROTA

Pocos personajes como Iglesias sintetizan esas enormes contradicciones y miserias del espíritu peruano que salieron a flote durante la guerra. Grande y heroico en la defensa del Morro Solar, al año siguiente, sin embargo, sería el mascarón de presidente que necesitaba Chile para imponer la paz y amputarle territorio al Perú.

Con su Grito de Montán (31/7/81), Iglesias sorprendió hasta a los mismos chilenos. Era el primer caudillo peruano que aceptaba la derrota con entrega territorial, una fórmula que fue rechazada sucesivamente por el Perú en las negociaciones de 1880 y 1881.

La propuesta de firmar la paz lanzado por Iglesias apenas tuvo eco en su tierra, Cajamarca, y pronto fue repudiada desde Tarma por Cáceres, por García Calderón cautivo en Chile y sus seguidores en Lima, y por Montero, quien ejercía la presidencia interina desde Arequipa. Piérola tampoco saludó la posición de su ex ministro de la Guerra, desde Estados Unidos.

Durante las conferencias de paz a bordo del buque norteamericano “Lackawanna”, en octubre de 1880, los emisarios chilenos oficialmente dieron a conocer los verdaderos motivos que impulsaron a Chile en la guerra contra el Perú. En ese buque surto en Arica, plantearon la entrega de Tarapacá a perpetuidad y al pago de 20 millones de pesos de reparación de guerra, además de ocupar Arica, Tacna y Moquegua hasta que se cancele la deuda.

LA PAZ INCIERTA

La conferencia fracaso por la negativa de los enviados de Piérola a aceptar la amputación territorial y se pidió el arbitraje de Estados Unidos. Tras la toma de Lima, el Califa se mantuvo en esta posición y por eso Chile lo desconoció como presidente y no volvió a negociar con él.

Elegido Francisco García Calderón como presidente provisional por los notables de Lima (12/3/81), tampoco aceptó las desmedidas exigencias chilenas, que el presidente francés de la época, Grévy calificó de “extravagantes”. Al darse cuenta que García Calderón estaba lejos de ser el instrumento dócil que necesitaban, el gobierno de Santiago le quitó el piso y el presidente provisional fue detenido y embarcado a Chile en noviembre del 81.

Cáceres y sus guerrilleros, atrincherados en las quebradas de la sierra central eran otro dolor de cabeza para las fuerzas de ocupación, mientras en Santiago se criticaba al gobierno de Santa María por no obtener la entrega de territorios si el Perú supuestamente ya estaba vencido con la toma de Lima.

Estados Unidos y las potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania) también demandaban por el fin de la guerra. Solo EE.UU. y Francia abogaban por una paz sin amputación territorial, hasta fines de 1881.

Pero a partir del 82, tras el asesinato del presidente norteamericano James A. Garfield y los cambios en su diplomacia, la potencia del Norte se inclinó claramente a favor de Chile y su ministro en Santiago, Cornelio A. Logan, presionó en forma insistente al cautivo García Calderón para que firme un protocolo donde se aceptaba la cesión de Tarapacá y la venta de Arica y Tacna.

EL GRITO DE MONTÁN

Tal era en líneas generales la situación cuando el 31 de agosto del 82, en la hacienda Montán, Iglesias hizo su célebre llamado a firmar la paz con las condiciones impuestas por Chile, al que estaba seguro era imposible vencer por las armas.

Los chilenos a los pocos meses recién se dieron cuenta de lo útil que sería Iglesias, porque García Calderón no cedía a las presiones de Logan y Lizardo Montero, en Arequipa, expresaba su respaldo a la decisión que tomase el presidente cautivo.

Montero entonces estaba al mando de un ejército de 4 mil hombres y tenía estrecho contacto con las autoridades bolivianas. Según Basadre, eran constantes los rumores de un inminente contra-ataque peruano-boliviano contra las fuerzas de ocupación en Tacna y Arica, pero esto nunca se realizó.

La proclamación de Iglesias como presidente regenerador, tuvo el inmediato apoyo del jefe polìtico y militar del Perù, Patricio Lynch, quien al corresponsal del diario norteamericano New York Herald le diría, el 13/1/83: “Damos toda clase de ayuda a Iglesias. Le damos dinero, le damos armas y destruímos a sus enemigos”.

Cáceres y Montero vieron como un peligro el surgimiento de Iglesias, por eso Lynch despachó a Trujillo dos divisiones al mando de los coroneles Gonzales y Gorostiaga, con la misión de ayudar y proteger al caudillo cajamarquino de las fuerzas de Cáceres, que ya había iniciado una larga marcha desde los Andes Centrales rumbo a Cajamarca.

DE HUAMACHUCO A ANCÓN

Cáceres pretendía neutralizar a Iglesias con la sola presencia de sus tropas, pero en su camino al norte se encontró con las fuerzas chilenas en Huamachuco y, luego de tres días de tanteo se dio la batalla de ese nombre el 10 de julio de 1883.

Tras más de 5 horas de lucha, y cuando las fuerzas chilenas se replegaban en el cerro Sazón ante el empuje del ataque peruano, la falta de municiones y, peor aún, la carencia de bayonetas para la lucha cuerpo a cuerpo, propició el contra-ataque sureño que selló la lucha.

En sus Memorias, Cáceres recordaría con amargura que los “piquetes de caballería chilena, guiados por los adictos de Montán, recorrieron aldeas y caseríos, asesinando a oficiales y soldados” heridos, uno de los cuales sería el joven coronel Leoncio Prado.

La derrota de Cáceres la saludaron con igual alegría los chilenos e iglesistas, porque se abrían las puertas de la firma de la paz que ya tenían en borrador dos meses antes de la batalla de Huamachuco y que se plasmó en el Tratado de Ancón, suscrito el 20 de octubre de 1883.

Chile así conseguía apropiarse a perpetuidad de Tarapacá y ocupó Arica y Tacna por diez años hasta la convocatoria de un plebiscito, pero tras prolongadas negociaciones pudo devolver Tacna, en 1929.

Iglesias finalmente fue echado del poder tras una guerra civil de dos años contra Cáceres. Murió en 1909, luego de un prolongado exilio en España. De él diría Basadre: “el defensor del Morro Solar, no fue un vendido ni un payaso (…) y aunque recibió y aceptó el apoyo del invasor, ante sus ojos y su conciencia, fue un patriota sincero y un hombre honesto”.





Comentarios

Entradas populares