FUJIMORI Y EL AUTO-EXILIO

Fujimori si tiene donde ir y ser recibido



            A un mes del indulto a Alberto Fujimori, tras la breve tregua por la visita del Papa Francisco, el anti-fujimorismo ha vuelto con fuerza en su empeño de forzar el retorno del ex presidente a la prisión de la Dinoes, un objetivo no tan alejado de la realidad a la luz de un presidente tan cantinflesco, desprolijo y sin sustento como PPK.
            No sólo la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IHD) podrían enmendarle la plana a PPK. La Sala Penal que ve el caso Pativilca también podría  hacerlo, y en menos tiempo, si deciden procesar a Fujimori como responsable mediato del asesinato de seis personas en Pativilca, a manos del Grupo Colina en 1992.
            El anti-fujimorismo de todos los pelajes, con sus marchas semanales, alimenta esa posibilidad y gana adeptos como el defensor del (medio) Pueblo, que ya se subió al fácil trolebús de tontos útiles que ven como paradigmas de la democracia y los derechos humanos a los deudos de La Cantuta, Barrios Altos y ahora Pativilca. Ellos valen por la estabilidad del país.
            Lo peor para Fujimori es que no tiene ni prensa ni defensores creíbles y convincentes. Los programas de canal 4 y N, por ejemplo, parecen hechos por el Aprodeh y a Mávila Huertas solo le falta levantar el puño en alto al terminar sus patéticas entrevistas sobre el indulto.
            Lo mismo pasa con el decano y sus satélites, dedicados a demoler el indulto, lo cual es como empujar al ridículo y al desastre a PPK, cuya presidencia puede ser tragada en pocas semanas en medio del remolino que desata la pugna del fujimorismo y el anti-fujimorismo.
            En medio de este panorama sombrío, Fujimori y sus asesores deberían evaluar si vale la pena seguir en el Perú o tomar la drástica pero valiente decisión del auto-exilio, que ayudaría al país ha encontrar algo de sosiego político, y que le daría al menos un respiro y sería devolverle el favor a quien le abrió las puertas de la prisión.
            A diferencia de otros dictadores, cuyo sólo nombre cerraba puertas, Fujimori si tiene donde ir y ser recibido, pues oficialmente Japón lo reconoce como uno de los suyos, tanto que lo libró del pedido de extradición solicitado por el gobierno de Toledo y le permitió postular a su Senado.
            El autoexilio, aunque doloroso, es también una salida política y una señal de renunciamiento que ha engrandecido a quienes la asumieron. O´Higgins al instalarse en Lima en 1823 optó por evitar la guerra civil en Chile y, San Martín, en 1829, al darse media vuelta frente a Buenos Aires, en el mismo barco que lo traía de Francia, optó por no alentar a la lucha fraticida en su patria.
            O´Higgins y San Martín son palabras mayores, pero en Perú también hemos tenido ejemplos de autoexilio, como el de Piérola, después de su desastroso papel en la defensa de Lima en 1881, o de Cáceres, en 1895, cuando después de dos días de guerra civil en Lima, convencido que hasta las piedras lo odiaban, decidió dejar el poder.
            A los 79 años, derrotado por los achaques de sus males y también porque su historia política ya terminó, es obvio que Fujimori es ya una figura del pasado, pero su excarcelación desata los odios de enemigos menudos que tienen que juntarse para poder doblegarlo.
            Su viaje al Japón dejaría sin bandera y sin argumentos a sus enemigos. Y no sería una fuga porque legalmente nada se lo impide ahora. Su partida por un tiempo indeterminado sería un aporte a la tranquilidad que necesita el Perú para no perder más el tiempo en convulsiones inútiles.


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