FRONTERAS DE SANGRE: La breve y trágica Confederación Peru-Boliviana



Opacada por la hecatombe que fue la derrota en la Guerra del Salitre, la historia de la Confederación Peru Boliviana está muy relegada en la conciencia nacional, tanto que cuando Ollanta Humala dijo en La Paz que le gustaría borrar las fronteras entre Perú y Bolivia, en Lima apenas si se le dio atención al hecho.

Sin embargo, el nacimiento y la sangrienta caída de la Confederación consolida al Perú como país independiente, sin tutelas extranjeras y sin división territorial, a la que estuvo expuesto por las ambiciones del Mariscal Andrés de Santa Cruz, que pretendía crear los estados Nor-Peruano y Sud-Peruano, unidos a Bolivia.

En esta turbulenta historia se verán a ejércitos bolivianos y chilenos, con fuerzas peruanas en ambos bandos, enfrentados durante tres años en el norte y sur de la costa y sierra del Perú, guerra internacional que la historia etiqueta como las dos campañas restauradoras, alentadas por importantes personajes peruanos con el apoyo decisivo del gobierno de Santiago.

Los hechos se remontan al 15 de junio de 1835, cuando el Presidente Provisorio, general Luis José de Orbegoso solicitó el apoyo del presidente boliviano, Santa Cruz, quien desde los años inmediatos a la Independencia proyectaba la reunificación del Perú y Bolivia, con este país como eje político dominante.

Orbegoso enfrentaba el alzamiento del ex presidente y Gran Mariscal, Agustín Gamarra, cuyas fuerzas controlaban el sur andino. Al abandonar Lima en busca de su rival, el joven general Felipe Santiago Salaverry se hizo eco del descontento en Lima contra Orbegoso y, ante el vacío de poder, levantó las banderas de la revolución en el Callao, en febrero de 1835.

Frente a dos poderosos enemigos, Orbegoso obtuvo la ayuda militar de Santa Cruz, con la condición de que, una vez alcanzada la victoria, se dieran los pasos para la unificación del Perú y Bolivia en una Confederación, con el boliviano como Supremo Protector.

Gracias a la firmeza de Santa Cruz y sus dotes de estadista, Bolivia entonces tenía un ejército respetable. Venció a Gamarra en Yanacancha, el 13 de agosto del 35 y meses después, tras una derrota inicial en Uchumayo, el 7 de febrero del 36, las tropas bolivianas sorprenden y baten a Salaverry en Socabaya. El ambicioso general de 28 años fue fusilado en el mismo campo de batalla.

Libre de enemigos, y comprometido Orbegoso con la Confederación, Santa Cruz impulsó una Asamblea Nacional en Sicuani (17-2-36) y otra en Huaura (24-8-36) que dieron nacimiento al Estado Sud Peruano (Arequipa, Ayacucho, Cusco y Puno) y el Estado Nor-Peruano (Lima, Amazonas, Trujillo y Huaylas). La unión con Bolivia fue sancionada mediante una Ley Fundamental, aprobada el 1 de mayo de 1837 en Tacna, que estaba llamada a ser la capital confederada.

CHILE DECLARA LA GUERRA

La divisiòn del Perú en dos estados despertó en Lima la viva oposición de amplios sectores, civiles y militares, cuyos líderes huyeron a Chile y Guayaquil. Entre estos emigrados destacaban los ex presidentes Gamarra y Gutiérrez de La Fuente, los generales Vivanco y Ramón Castilla (mandatarios en los años 40) y el afamado escritor Felipe Pardo y Aliaga.

En Santiago, el poderoso ministro del Interior, Diego Portales brindó atención y apoyó a los emigrados. Fiel a sus postulados de convertir a Chile en la potencia del Pacífico Sur, vio en la unión de Perú y Bolivia una amenaza política y comercial, y abogó por la intervención militar para derribar la Confederación.

Una frustrada revolución contra el gobierno de Santiago, impulsada por el general y ex presidente chileno Ramón Freire que partió del Callao el julio 7 de 1836 con dos barcos alquilados, consolidó los temores de Portales y de la élite santiaguina ante lo que consideraban la amenaza hegemónica que representaba el Supremo Protector que dominaba el Perú y Bolivia.

Sin embargo, las divisiones internas en Chile, las resistencias a las política de mano dura de Portales y el rechazo de sectores del Ejército a una guerra contra la Confederación, impulsaron un levantamiento en Quillota, el 2 de junio de 1837. Apresado durante un evento castrense, Portales fue humillado y fusilado por los rebeldes cuatro días después.

El atroz asesinato del ministro del Interior, cerebro estratégico y organizador del Chile republicano, desató la reacción contra los revolucionarios, se consolidó al presidente Joaquín Prieto y el Congreso aprobó declarar la guerra el 28 de setiembre. El gobierno chileno y los emigrados peruanos dieron forma al ejército que zarparía a luchar contra “el indio Santa Cruz”, como llamaban sus enemigos al Protector, hijo de militar español y de cacica aymara, nacido en La Paz.

El primer ejército restaurador, de 3 mil 200 hombres, apenas tenía una columna peruana de 420 soldados. Al frente de la expedición se colocó al vicealmirante y ex presidente chileno Manuel Blanco Encalada y José Irisarri asumió la responsabilidad diplomática de sellar la aniquilación de Santa Cruz o, en caso de derrota, suscribir un documento que recibiría el visto bueno final de Santiago.

La campaña fue diseñada en una junta de guerra, en Valparaíso. Los peruanos La Fuente, Vivanco y Pardo se pronunciaron por atacar en el norte del Perú, para levantar a los pueblos contra “la dominación boliviana”. Blanco Encalada, con apoyo del general Santiago Aldunate -jefe del Estado Mayor- y del gobernador militar de Valparaíso, Victoriano Garrido, optó por iniciar las operaciones desde Arequipa.

En este cálculo se tomaba en cuenta que fuerzas argentinas también combatían por el sur de Bolivia contra la Confederación, lo que facilitaría la penetración del ejército restaurador hasta Puno y, según refiere Jorge Basadre, se ocuparía el Cusco con tropas al mando de Vivanco. Controladas las principales ciudades del sur, el ejercito chileno-peruano podría embarcarse y atacar Lima con mayores probabilidades de éxito.

El 15 de setiembre de 1837, la fuerza expedicionaria zarpó de Valparaíso, a bordo de 16 buques de transporte y custodiados por 7 naves de guerra. Entre estos los barcos peruanos Arequipeño, Santa Cruz, Peruviana y Monteagudo, secuestradas en el Callao por una felona acción de la escuadra chilena comandada por Garrido y enviada por Portales el 21 de agosto de 1836, en represalia por la frustrada revolución de Freire en Chile.








PAUCARPATA, EL SALVAVIDAS CHILENO

Al tocar puerto en Iquique y Arica, fue notoria la hostilidad que despertaban los extranjeros, tanto que las mujeres se corrían al verlos, según escribió el oficial inglés Sutcliffe, edecán de Blanco. El 29 de setiembre, Blanco decide tocar tierra en el pequeño puerto de Quilca, pero el fuerte oleaje hizo chocar a los barcos Colcura y Carmen, y esta se hundió, con más de 30 caballos, toda la herradura de la caballería y el almacén del ejército.

Tras un desembarco complicado, el 5 de octubre inició la marcha a Arequipa, a la que ingresaría el 12, sin despertar la expectativa ni recibir el calor popular. En cabildo abierto convocado por el Ejercito Restaurador, se proclamó jefe supremo provisional al general Gutiérrez de la Fuente, que nombro ministro a Pardo y Aliaga y prefecto de Arequipa a Ramón Castilla.

Las fuerzas de Blanco vivieron en sobresalto por la amenaza confederada de dos compañías de infantería, una de artillería y cien jinetes, que dominaban media docena de poblados cercanos a la Ciudad Blanca. Los permanentes rumores de un ataque de Santa Cruz, de cuyas fuerzas no se sabía la exacta ubicación, aumentaban la tensión y la zozobra y alerta.

El 23 de octubre, el presidente del Estado Sur-peruano, general Ramón Herrera obtuvo una entrevista con Blanco Encalada, con quien se reunió hasta el 25, sin arribar a ningún acuerdo, mientras Santa Cruz recibía más fuerzas enviadas desde Lima. Sobre el ejército restaurador en Arequipa, poco a poco se estrechaba un “cerco de bayonetas”, escribiría Vicuña Mackenna,.

La situación era difícil para los restauradores, pero Santa Cruz expresó estar de acuerdo con las negociaciones de Herrera y Blanco aceptó un armisticio. Las gestiones de paz, sin embargo, no prosperaron y el Protector rechazó la insólita propuesta de Blanco, quien planteó para dirimir el conflicto que 600 infantes y 200 jinetes por cada bando se enfrenten en un choque armado que tenga como jueces a los cónsules inglés, francés y americano.

Estas tratativas y la falta de resolución militar de Blanco pronto recibieron fuertes críticas de los jefes peruanos. La situación empeoraba porque no llegaban màs refuerzos, faltaban alimentos y financiamiento, y la hostilidad del vecindario aumentaba con los dias. Santa Cruz llegó el 14 de noviembre a Paucarpata y cuando tenía las fuerzas y la ventaja estratégica para atacar y batir al enemigo desmoralizado, envió a Blanco un parlamentario para celebrar una entrevista.

El jefe chileno aceptó gustoso y, al ir hasta la casa que ocupaba Santa Cruz, se dio cuenta que su ejército estaba cercado y cortada su ruta de fuga hacia los barcos que le esperaban en Quilca. Al verlo, el Supremo Protector le dio un efusivo abrazo y abrazado lo llevo hasta el cuarto donde dialogaron a solas. Al final, compartieron una cena, servida por los edecanes peruanos.

Blanco Encalada convocó al día siguiente un consejo de guerra que, según escribió Basadre, “aprobó la decisión de celebrar un tratado que salvaría la honra de Chile y del ejército expedicionario, para lo cual habia buena disposición del Protector a pesar de las ventajosas circunstancias en que se hallaba”.

Las negociaciones concluyeron con el hoy olvidado Tratado de Paucarpata, de 13 puntos, un verdadero salvavidas para el cercado ejercito chileno, que se pudo retirar de territorio peruano sin combatir, con todo su armamento y honores militares, como si hubieran llegado de visita y no como una fuerza de intervención que tenía la misión de derribar la Confederación y aniquilar a su jefe, a sangre y fuego si fuera posible. Los oficiales chilenos, fueron los más contentos, porque además de ser agasajados, fueron autorizados a vender sus caballos al precio que quisieron, y Santa Cruz ordenó pagar al contado lo que ellos pidiesen.

El Protector si creyó a ciegas en la buena fe de los chilenos y habló de la paz en sus proclamas, otorgó condecoraciones a sus oficiales como si hubieran ganado una guerra y mandó construir “una obra de utilidad pública” en cada departamento de la Confederación. También licenció parte de su ejército y redujo la Marina. Hasta lo llamaron “el mejor guerrero del Sur y el más profundo y afortunado político”.

LA CAÍDA DE LIMA

Pero era una paz efímera, falsa y hueca. En Chile, el reinicio de las hostilidades pronto se hizo muy popular y cuando su frustrado ejército estaba seguro en casa, el presidente Prieto desconoció el tratado el 18 de diciembre y volvió a poner en pie de guerra otro ejército de seis mil hombres al mando del general José Manuel Bulnes, fogueado en las luchas por la Independencia. Y mientras se ultimaban los preparativos para una segunda campaña restauradora, aumentaba la discordia en la Confederación y el presidente del estado Nor-peruano, el vacilante Orbegoso, expresaba su distancia del Supremo Protector.

Orbegoso, de quien Basadre escribiera “en mala hora fue presidente del Perú”, muy tarde se dio cuenta de su error de abrirles las puertas del poder a Santa Cruz y lloró públicamente en una reunión que sostuvo con las corporaciones en Lima y ante la Asamblea de Huaura. Pero aunque abogaba por echar a las tropas bolivianas, tampoco estaba dispuesto a aceptar al nuevo Ejército Restaurador, integrado en un 90% por tropas chilenas, y no autorizó su desembarco en territorio nacional si antes no había un acuerdo entre ambas partes.

Bulnes, que no se andaba con rodeos en sus objetivos militares, desembarcó sus fuerzas en Ancón, protestó por la “desconfianza que revelaba Orbegoso” e inició su avance a Lima. En el trayecto, del 9 al 14 de agosto, el presidente “norperuano” envió negociadores para evitar el ingreso de los restauradores a Lima y les hizo indicar que, si el objetivo era atacar a Santa Cruz, tendrían todo el apoyo necesario, pero éste no estaba en Lima, sino al sur, en Arequipa o Bolivia.

Se llegó a un pre acuerdo, pero las condiciones leoninas del mando restaurador, que cargaban a cuenta del Perú todos los gastos de la campaña, frustraron un entendimiento y el choque militar era inevitable. Los jefes peruanos del ejército extranjero se dividieron ante la disyuntiva de enfrentarse a otros soldados peruanos. Unos se apartaron (Felipe Pardo y Aliaga, Manuel Ignacio Vivanco y Juan F. Balta), mientras otros se quedaron y tuvieron puestos de mando, entre los que figuraban Gamarra, La Fuente y Castilla.

Durante seis dias, los dos ejércitos realizaron movimientos tácticos, posicionándose los peruanos entre la hacienda de Aznapuquio e Infantas, hoy Carabayllo y Collique, mientras los restauradores marcharon a Carmen de la Legua y Bocanegra. La tarde del 21, mientras las tropas de Orbegoso acampaban en Portada de Guía (inmediaciones de Piñonate e Ingeniería), una partida de caballería extranjera fue atacada por la zona de Palao y lo que era una escaramuza pronto se convirtió en batalla.

Los chilenos señalaron a Gamarra por iniciar el ataque y los peruanos responsabilizaron de la provocación al alto mando santacrucista que rodeaba a Orbegoso. La Batalla de Guía fue un rotundo fracaso de las tropas peruanas, que lucharon en desorden, sin un mando unificado ni preparación previa. Los Húsares, al mando del Mariscal Nieto, no pudieron contener el ataque chileno y, según el mismo Orbegoso, “volvió caras y huyó despavorida”.

Hasta las 8 de la noche duró el combate y los restos del ejército peruano huyeron por la Alameda de Los Descalzos, perseguidos por las tropas chilenas. Orbegoso y los sobrevivientes hicieron una corta resistencia en el Puente de Piedra y, tras un breve paso por la Plaza de Armas, emprendieron fuga a los castillos del Callao.

El ejército chileno, luego de perpetrar saqueos y asesinatos la misma noche de la victoria, desfiló por las calles de Lima al día siguiente, ante la hostilidad de los limeños desde sus casas y azoteas. La fuerza de ocupación, para evitar un levantamiento civil, acampó en Santa Beatríz y, durante tres días, el Perú estuvo acéfalo. Finalmente Gamarra fue designado presidente provisorio por los notables de Lima.

YUNGAY Y EL FIN DE SANTA CRUZ

Aunque tomada Lima y con un presidente en la mano, el objetivo principal de la campaña restauradora no estaba completa y se empezó a proyectar el ataque definitivo a Santa Cruz, sin cuya derrota definitiva la Confederación seguía viva. Gamarra y el Protector trataron de ganar el apoyo del atrincherado Orbegoso, y este inclinó las pocas fuerzas que le quedaban a favor del boliviano y se asiló en una fragata francesa.

Ambas fuerzas iniciaron los movimientos para reforzar sus líneas y lograr la ubicación más a favor para presentar batalla. El avance de una parte del ejército confederado y las acciones de las guerrillas arriba de Chosica obligaron a Bulnes a enviar unos 200 hombres de contención, a la entonces aldea de Matucana.

El 18 de setiembre, mientras las tropas asistían a una misa Te Deum por el dia de la independencia de Chile, fueron sorprendidas por las tropas confederadas. El combate fue intenso y los atacantes tuvieron que replegarse. Santa Cruz, un año después, afirmó que “ese combate sin trascendencia quebrantó la moral de su ejército y cambió en incertidumbre su arrogancia”.

Fortalecidos por este resultado, los restauradores se anotaron otro triunfo con las adhesiones de Trujillo y Huaraz, a los que se sumó Ica. Con Gamarra en el poder, Bulnes no tuvo inconveniente en hacerle firmar una convención militar de subsidios, donde logró todo y más de lo que le exigía a Orbegoso. Quedaba ahora a cuenta exclusiva del Perú la mensualidad, el rancho y hasta las balas de los oficiales y soldados chilenos.

Santa Cruz, en su ruta a Lima, hizo escala en el Cusco y dictó una serie de medidas administrativas. En una carta escribió que la independencia del sur del Perú “a la que estoy dirigiendo todas mis medidas, creando intereses propios, es en verdad lo que más conviene a la seguridad de Bolivia”. Con la posibilidad de entregar Arica a Bolivia.

A fines de octubre, llegó a Tarma y el alto mando peruano-chileno en junta de guerra decidieron abandonar Lima y embarcarse al norte, en busca de una zona con mayor forraje, alimentos y un clima más benigno que el limeño, el que si afectaría a las tropas serranas del Protector.

El 8 de noviembre, las tropas abandonaron Lima casi a la vista de Santa Cruz, quien no aprovechó la oportunidad de batir al enemigo. “Oh, mañana Morán, mañana”, le diría a su general que le pidió autorización para atacar a los invasores que se embarcaban en el Callao. Recién el 10, los soldados entraron a Lima y los recibieron con hurras y licores. Al aparecerse el Protector, lo escribió Basadre, la gente lo aplaudía, muchos lo abrazaban y otros se arrodillaban con los brazos en alto.

En Francia e Inglaterra, donde la Confederación era bien vista, hubo tratativas por lograr la paz, pero las fuerzas enemigas ya estaban en movimiento rumbo al norte. Los restauradores primero arribaron a Huacho, luego siguieron a Pativilca y, tras sondear las sierras de Ancash, decidieron que la mejor zona para empeñar un combate decisivo era Yungay, en el Callejón de Huaylas, al pie del imponente Huascarán.

El 5 de enero, los restauradores abandonaron Huaraz, seguido por los confederados, que precipitaron un choque en el puente Buin, en Carhuaz. Los chilenos volvieron a contener el ataque, hirieron a un general santacrucista y cortaron el puente. Fue otra oportunidad perdida de cercar y batir a los chilenos antes que se posicionaran mejor en Yungay. El 15, con los ejércitos frente a frente, Santa Cruz quiso repetir lo ocurrido en Arequipa y solicitó, mediante un parlamentario, una cita con Bulnes, pero este lo rechazó.

Cada ejército contaba con unos seis mil hombres, pero las fuerzas de Santa Cruz estaban debilitadas por la larga marcha de cien leguas por el desierto, las enfermedades y la falta de disciplina. Los hombres de Bulnes, bien atrincherados, esperaban el ataque, pero pronto decidieron ir ellos contra el enemigo porque el cerco podía ser prolongado y peligroso.

A las 5 de la mañana del 20 de enero de 1839, el ejército unido restaurador como lo llama el chileno Sotomayor Valdéz, salió de sus trincheras y avanzó resuelto contra los confederados, atrincherados en el cerro Pan de Azúcar y en los bordes del rio Ancash, que forma un barranco natural al desembocar en el caudaloso rio Santa. Los historiadores sureños describen con emoción la tenacidad, bravura y resolución de sus tropas que, tras una lucha de tres horas, conquistaron la cima del Pan de Azúcar y reventaron a culatazos al general Quiroz y sus hombres.

Era el principio del fin. Hasta las 4 de la tarde duró el combate y, si en un momento la caballería santacrucista inició un ataque demoledor, otra fuerza restauradora, al mando de Castilla, contuvo la carga e inició un feroz contra-ataque que arrasó con las trincheras de Santa Cruz y abrió el camino del triunfo, dejando más de mil 200 muertos confederados. Al ver aniquilado a su ejército, el Protector le dijo a su ayudante: “Vuele a Chile y firme la paz que ellos pidan”. De inmediato partió a Lima, a recomponer sus fuerzas, pero la Confederación Peru Boliviana ya estaba destruída en Yungay.












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