MANUEL PARDO, EL ALCALDE MODELO

Al asumir su cargo, la alcaldesa Susana Villarán invocó el ejemplo de su antecesor y pariente por el lado materno, Manuel Pardo y Lavalle, el famoso líder civilista del siglo XIX, primer presidente civil del Perú (1872-76) y uno de los alcaldes de Lima (1869-70) más jovenes de su cuatricentenaria historia.

En 1869, Lima era aún una ciudad rodeada por las viejas murallas coloniales, levantadas por el Virrey Duque de La Palata en 1687, luego de tres años de intensos trabajos. Fue un cinturón de piedras, adobe, cal y canto de más de 11 kilómetros que circundó la vieja Ciudad de Los Reyes.

Nacido el 9 de agosto de 1834 en un hogar de aristocrático abolengo, Pardo y Lavalle tenía 35 años cuando fue incluído entre los cien vecinos notables a quienes el presidente José Balta les dio la responsabilidad de manejar los destinos de la capital.

El hijo del escritor costumbrista José Pardo y Aliaga para entonces ya era un reconocido líder de las finanzas y el comercio, además de haber manejado el Ministerio de Hacienda (equivalente al actual Ministerio de Economía y Finanzas) durante la lucha contra España que culminó el 2 de Mayo de 1866.

“Su vida política fue como una centella: rápida, brillante y trágica”, escribió en el historiador Juan Orrego Penagos, para definir a Pardo y Lavalle, quien a fines de la década de 1850 se inició en los negocios y llegó a ser director de la Compañía Nacional del Guano.

En la semblanza que de él hace Jorge Basadre en su Historia de la República, también rescata documentos donde se da cuenta de su participación activa en traer a los famosos coolies de la China, cuyos brazos harían reverdecer la agro exportación en los valles costeños.

“Hombre práctico y ejecutivo, no siguió las carreras intelectuales. Desdeñó también la burocracia, pues estuvo solo un corto momento de su mocedad en la Oficina de Estadística. Su orientación fue la del comercio y la agricultura”, escribió Basadre.

EPIDEMIA ENTRE LAS MURALLAS

Su pragmatismo, precisamente, fue fundamental para convertirlo en el hombre más destacado de su generación y, tras terminar su gestión en el Ministerio de Hacienda, pasó a ser director de la Sociedad de Beneficiencia Pública de Lima. Al frente de ese cargo, la peste de fiebre amarilla que azotó Lima fue su prueba de fuego.

Era 1868 y la vieja Lima, aunque ya tenía luz a gas y se conectaba por tren al Callao, estaba muy atrasada en la modernización de sus servicios de agua y desague que, en gran parte de la ciudad, entonces con casi 200 mil habitantes, seguía con los mismos canales y acequias de la época virreinal.

Según Orrego Penagos, ya se había iniciado en los años 60 la canalización con tuberías subterráneas de plomo, pero las obras iban a paso lento hasta que se desató la espantosa epidemia de fiebre amarilla, que hizo colapsar a los tres hospitales que funcionaban dentro de la ciudad.

Los primeros enfermos aparecieron en el Callao y, al mes siguiente, el mal se extendió a Lima y, hasta mediados de julio, golpeó con tanta fuerza que al menos seis mil personas dejaron de existir y Lima se hundiò en el miedo, la tristeza y la desconfianza.

Pardo afrontó la crisis con valentía y tesón, ordenando la instalación de lazaretos y la evacuación de los enfermos terminales, el entierro inmediato de los enfermos y disponiendo medidas de limpieza en todas las áreas de la ciudad, necesarias para evitar el contagio de la enfermedad.

En gesto noble que luego el pueblo de Lima enaltecería con una medalla, Pardo dejó a un lado su abolengo aristocrático y alcurnia para ir a las casas del bajo pueblo, en Barrios Altos y el Rímac, a dar voz de aliento y disponer medidas para aliviar a los enfermos y sus familias.

Tres de los hijos de Pardo caerían atacados por la fiebre amarilla y, uno de ellos, dejaría de existir. Hasta la procesión del Señor de los Milagros salió en abril, en la etapa más violenta de la epidemia, para aplacar el pavor que invadía a los limeños.

PREMIO A LA EDUCACIÒN

Superada esta terrible experiencia sanitaria y ya nombrado alcalde de Lima, Pardo y Lavalle aprobó ampliar la canalización subterránea de los servicios, e impuso al vecindario una cuota de 10 pesos por valor lineal. Además impulsó la apertura de parques y jardines.

Alentado por la prensa, que consideraba a las viejas murallas como inútiles e impedimento para mantener aireada la ciudad, el municipio aprobó la decisión del presidente Balta de ordenar el derribo de los poderosos muros de piedra, que dieron paso a la formación de grandes alamedas.

También alentó y apoyó la construcción del Hospital Dos de Mayo en las afueras de Lima, pero ante todo, y fiel a su visión modernizadora del país, desde la alcaldía Pardo se preocupó en especial de fomentar la educación básica de los más pobres mediante la construcción de escuelas municipales.

Basadre refiere que al asumir el cargo edil, en las escuelas municipales habían apenas 500 alumnos, cifra que al año siguiente se elevó a dos mil, instalados en nuevos planteles, con el mobiliario necesario, nuevos libros y los profesores capacitados.

Tan decidido era su afán por ampliar la instrucción popular, que en las Fiestas Patrias de 1870 entregó premios pecuniarios a los padres de familias pobres que se preocuparon más por la educación de sus hijos, reconocimiento que extendió a los profesores y alumnos de primaria más destacados del año.

Toda esta intensa actividad del joven empresario y alcalde debió despertar los celos del presidente Balta, que en forma sorpresiva, en octubre de 1870, decidió disolver la “junta de notables” integrada por cien personas que eran el sostén de Pardo.

Ya entonces solo faltaban dos años para las elecciones generales de 1872 y Balta, aunque estaba impedido de postular a la reelección, movía sus alfiles políticos para colocar en Palacio de Gobierno a un personaje de su entorno, que no era precisamente el alcalde.

“La junta de notables dejó de existir por intrigas políticas, este episodio fue uno de los factores que produjo el hondo distanciamiento entre el presidente Balta y Pardo”, precisa Basadre en su Historia de la República y recuerda que el primer dia de 1871, en un salón del Hotel Maury, los limeños notables se reunieron para rendirle un homenaje llamándolo “alcalde modelo” y obsequiándole una medalla de oro.

La meteórica carrera pública de Manuel Pardo, sin embargo, estaba lejos de eclipsarse y, en mayo del 71, se presentó la Sociedad Independencia Electoral, semilla del futuro Partido Civilista, que lanzó la candidatura del ex alcalde de Lima a la presidencia.

Tenía el apoyo de los consignatarios del guano y los banqueros, pero también atraía la esperanza del pueblo que estaba harto de los caudillos militares y el desorden revolucionario. Su lema era convertir al Perú en una “república práctica”, con una visión de modernidad y progreso.

Como se ve, Susana Villarán tiene una valla bien alta que superar y ojalá cumpla un papel que este a la altura del legado de su ilustre antecesor.

LOS GUTIERREZ Y MONTOYA

El 22 de julio de 1872, a pocos dias de asumir Pardo con apoyo del Congreso, los hermanos Gutiérrez (Tomas, Marcelino, Marceliano y Silvestre) dan un golpe de estado y toman prisionero a Balta, quien inicialmente apoyaba el levantamiento. Pardo huyó de Lima y luego se embarcó en la fragata Independencia, pues la Marina de Guerra, con Grau a la cabeza, se opuso al golpe. Tomas Gutiérrez aceptó ser jefe supremo, pero el sordo rechazo de la población explotó contra los usurpadores al conocerse el asesinato del presidente Balta.

El 26 de julio, una muchedumbre ingresó al Real Felipe, en el Callao, y asesinò a golpes a Marceliano. Silvestre correría la misma suerte, en la estación de ferrocarril de Lima, donde fue insultado por la gente y él respondió a balazos. Otra multitud, más enardecida, asaltó Palacio de Gobierno y Tomás logró escapar disfrazado y, según algunas crónicas, llegó hasta la iglesia de La Merced, en el jiròn de la Uniòn, donde fue reconocido. Los cadáveres de Tomas y Marceliano fueron colgados en las torres de la Catedral.

Pardo, finalmente, sería victima de los odios que marcaban a la decimonónica sociedad peruana. El 16 de setiembre de 1878, a solo seis meses de iniciarse la Guerra con Chile, fue asesinado por el sargento Melchor Montoya, que le disparó un balazo por la espalda. Pardo pagaba asi con su vida el haber tratado de reducir la influencia y el poder de los caudillos militares, al reducir a una tercera parte las fuerzas del Ejército.

EL PENSAMIENTO PARDO

“Sin ferrocarriles no puede haber progreso material y sin progreso material no puede haber en las masas progreso moral, porque el progreso material proporciona a los pueblos bienestar, y el bienestar los saca del embrutecimiento y la miseria; tanto vale decir que sin ferrocarriles tiene que marchar a pasos muy lentos la civilización”.

ASI ATACA LA FIEBRE AMARILLA

Esta enfermedad mortal, que se transmite por las picaduras de mosquitos, tiene dos fases. En la primera, de tres a seis días, el paciente sufre fiebres altas, escalofríos, intensos dolores musculares y de cabeza, pérdida de apetito y vómitos. Quienes sobreviven a esta etapa salvan la vida y quedan inmunes a la enfermedad, pero quienes caen en la segunda fase, presentan la reaparición de todos los síntomas pero con mayor intensidad, mientras la piel y las mucosas adquieren un tinte amarillo. Empiezan las hemorragias nasales y los vòmitos negros, mientras que los riñones empiezan fallar hasta llegar a un colapso renal que provoca la muerte, en un lapso de 10 a 14 días. La fiebre amarilla se presenta como brote epidémico en Africa, Asia y Amèrica Central y del Sur, y solo un 15% del total de afectados entra en la fase terminal.

Comentarios

  1. Gracias por la información la usaremos con nuestros estudiantes. Saludos de desde Arequipa.
    honoriodelgadoespinoza.blogspot.com

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