O´HIGGINS Y EL HÁBITO DE DIOS
Las horas finales del Libertador de Chile en su casa de Lima
Reproducción de la habitación de O´Higgins en la casona de la calle Espaderos, en el corazón de Lima. |
Entre 1841 y 1842, todos los días, un anciano va religiosamente a escuchar misa. Siempre está vestido de azul y camina algo encorvado. Participa en los ritos católicos y se arrodilla con unción ante el altar de la Virgen de Dolores, “a la que no dejaba de encomendarse un solo día”.1
Su fe religiosa se ha profundizado y solo 124 pasos separan su casa de la imponente fachada barroca, modelada en piedra, de la iglesia de La Merced. También frecuenta el templo de San Agustín, otra maravilla de la arquitectura virreinal del siglo XVIII, a la espalda de su inmueble.
Aunque en su patria no tuvo relaciones cordiales con la Iglesia –que se opuso a varias de sus medidas, entre ellas, la de crear un cementerio para protestantes e ingleses-, en Lima inició una sólida amistad con el padre agustino Juan de Dios Urías, personaje singular en la Lima de entonces.2
D. Bernardo, vencido por los años, ya no es el guerrero del poncho colorado ni tampoco puede echarse un cigarrillo, como lo hacía en medio de las batallas o en la paz de Montalván, antes de dormir. Hay una descripción de esos días de ancianidad:
“El cabello castaño se había raleado y emblanquecido; el calor de las patillas españolas era casi canoso. Los ojos verdes se escondían tras unos pesados párpados, hinchados, gruesos. La vivacidad de la mirada desapareció y daba la impresión de cansancio y agotamiento. La frente la tenía surcada de arrugas en un sentido lateral. La nariz había quebrado la expresión graciosa, para presentarse como fuertemente engrosada. Los pómulos que en otros tiempos estuvieron revestidos de sonrosado cutis, más bien rojo, sangriento, ahora mostrábanse pálidos, ajados. Sólo el óvalo redondeado de ese rostro conservaba la fisonomía de mejores días. Los hombros se habían doblado sobre el cuerpo enflaquecido. Se le veía pequeño y encorvado”.3
Las fatigas y cansancios que lo abatían tenían explicación médica: sufría de hipertrofia al corazón. El mal empezó a pronunciarse durante sus caminatas en Montalván, en 1840. El accidente con el caballo, que le pudo costar la vida, confirmó lo complicada que tenía su salud.
Frustrados los dos intentos de retorno, a instancias de los doctores Pequeño y Young, alquila una pequeña casa frente al Real Felipe, donde se siente mejorar gracias al aire limpio del mar. Su hermana Rosa estará siempre a su lado y Pedro Demetrio irá casi a diario a informar sobre el avance de sus negocios en Lima.
El 9 de marzo, ocho días después de instalado en el vecino puerto, informa aliviado, “tan favorablemente desde el primer día, lo mismo que si nunca hubiese estado enfermo, solo con alguna debilidad en la rodilla”.4
Dos meses después, con el alivio de sus males renace el deseo de volver a Chile en junio, proyecto que se cancela, “aunque está empeñado en contestaciones” que serán enviadas en el vapor Perú. En una de esas cartas recuerda la comunión de lazos entre los dos países que ama:
“Dos repúblicas colocadas en esta parte del Nuevo Mundo, con tal independencia una de la otra, que jamás haya de alterarlas cuestiones ni contiendas comunes a Estados contiguos, están evidentemente llamadas, por igualdad de principios, por sangre, por antiguos enlaces de familias y por reciprocidad de nuestros intereses fundados desde el origen de su nacimiento, a no parecer más que una misma familia. La sabia y benévola Providencia ha enriquecido su fértil suelo con tan abundantes frutos y producciones, como para que en eterna hermandad, los sobrantes de una sirvan las necesidades de la otra…”.5
En julio, el frío y la tristeza del invierno debieron hacerle ver que su vida tenía corto plazo. A Pedro Demetrio le pide que entregue a Manuel Tomasino, el esposo de Patricia, veinticinco arrobas de azúcar, un obsequio por sus servicios. Después, escribiendo a escondidas porque se lo han prohibido los médicos, le manda otra carta a Bulnes.
Le dice estar mucho mejor, “teniendo constantemente ante mis ojos la incertidumbre de esta vida, y sin olvidarme que he andado entre las garras de la muerte en dos ocasiones del presente año”.6 Le pide además, como próximo mandatario, no olvidar a los “desnudos, desgraciados e ignorantes patagones”, quienes por ley son “ciudadanos chilenos”.
En otra carta, le informa a José M. Galdiano que proyecta establecer una escuela para la enseñanza de agricultura, horticultura y otros “cursos de utilidad” en el Perú. “Tendré la satisfacción de saber (antes de abandonar este mundo) que dejo un recuerdo para que las generaciones venideras comprueben que todo es poco para devolver los favores al pueblo peruano”.7
Casona que ocupó el Libertador de Chile con su familia, en la cuarta cuadra del jirón de la Unión (ex Espaderos) |
Desde el 28 de julio de 1823, D. Bernardo fue testigo de los albores de la República y, ante todo, de la anarquía política y el caudillaje militar, que tanto temió y combatió en su país. Al llegar, encontró al Perú con dos presidentes y un virrey, luego vería en el Palacio de Pizarro a Bolívar, La Mar, Santa Cruz, Gamarra y Orbegoso.
Santa Cruz volvería aupado en la Confederación que dividió al Perú en dos estados, cada uno con su presidente. En 1838, cuando el ambicioso e irreal proyecto se resquebrajaba, siete mandatarios al mismo tiempo daban cuenta de su inviabilidad. Con el triunfo de las tropas restauradoras volvió Gamarra, luego Menéndez, Vidal…
En sus últimos meses de vida, el Perú está nuevamente convulsionado. Muerto Gamarra en su frustrada invasión de Bolivia, le sucede Manuel Menéndez, presidente del Consejo de Estado. Con las tropas bolivianas en Puno, Arica y Moquegua, el general Juan Crisóstomo Torrico se levanta contra Menéndez.
El general Francisco de Vidal, vicepresidente del Consejo de Estado, toma las armas en contra del alzado y en defensa de la Constitución. Las tropas revolucionarias y los constitucionalistas pasan por Montalván rumbo al sur, donde se darán los choques decisivos de la nueva contienda, cuyos ecos lejanos le llegarían a D. Bernardo en su lecho de enfermo.
A mediados de setiembre, sufre un ataque que lo pone al borde de la tumba. Respira con dificultad y dolor. Sus acompañantes asisten impotentes a los ahogos que sufre el anciano soldado. Felizmente logra superar el difícil trance, pero el 3 de octubre sufre un recaída y es enviado de emergencia a Lima.
Los médicos le informan que su vida se halla “en riesgo eminente”. Con las pocas fuerzas que tiene, le escribe a Manuel Bulnes, presidente de Chile desde el 18 de setiembre y le recuerda sus servicios y la entrega de todos su recursos –hacienda, ganado y 25 mil pesos- en la lucha por la independencia.
Con el resarcimiento que espera del gobierno chileno, pide se entregue una compensación a la Sociedad de Agricultura de Santiago y la construcción de un colegio, dedicado a enseñar los secretos del agro en Concepción. En la iglesia de ese futuro plantel debían ser depositados sus restos.
Otro pedido fue levantar un observatorio astronómico en el Cerro Santa Lucía de la capital chilena y un faro en la punta de Valparaíso. Su última voluntad será construir otro colegio de agricultura en Mendoza y ordena que, los sueldos no cancelados en 19 años, se utilicen en el pago de sus deudas en el Perú.
Al agravarse su salud y no poder caminar hasta La Merced, se improvisó un pequeño altar portátil en su habitación. Ahí tiene las imágenes de San Bernardo y Santa Rosa. Todos los días, el padre Urías le oficia la misa de San Gregorio. Un muchacho lo reconforta con la lectura de los oficios destinados a los agonizantes.
El 8 de octubre dictó su testamento ante el escribano público, Gerónimo Villafuerte y otorgó amplio poder a su hermana Rosa, instituyéndola heredera única y universal. En la cláusula sexta, declara no tener herederos forzosos ascendientes o descendientes legítimos que conforme a derecho le puedan y deban heredar.8
El drama y las angustias que se viven en la casa de Espaderos trascienden a toda Lima el 12 de octubre, con un remitido publicado en El Comercio, firmado por José María Pedrero: “El mal estado de salud de este patriota ilustre que tantos y tan importantes servicios hizo a la causa de la Independencia, no es una desgracia que solo afecte a su familia, a sus allegados y amigos, sino al Perú y Chile, su patria, y a la América entera como personaje de toda ella por la naturaleza y consecuencias de sus heroicos esfuerzos por la libertad e independencia que gozamos.
“Es necesario, pues, hacer público el mal estado del general O´Higgins para que se tribute por este fatal acontecimiento el justo sentimiento que no podrá menos de excitar en los verdaderos patriotas y en todo hombre sensible y apreciador de prendas tan relevantes como las del amigo que la muerte nos quiere arrebatar”.
Dos días después, el reconocido jurista Mariano Alejo Álvarez, con quien D. Bernardo compartía esfuerzos en el envío de sus mensualidades a San Martín, publica otro comunicado en el mismo diario, que igualmente alerta sobre los males y la agonía del amigo chileno.
Famoso cuadro de O´Higgins pintado por el mulato peruano Gil de Castro, cuando se exhibió en el Museo de Arte de Lima, en el 2015. |
La noche del 19 de octubre, mientras D. Bernardo lucha contra la muerte, el pueblo limeño toma las calles y da vivas por las fuerzas constitucionalistas. Más de 300 jinetes del Batallón Comercio son enviados a controlar a las turbas, felizmente –según la prensa- “no ha habido desorden ni el más leve accidente desagradable”.
Al día siguiente se confirma la noticia: el ejército constitucional, al mando del general La Fuente, ha derrotado a las fuerzas revolucionarias de Torrico en la batalla de Agua Santa, cerca de Ica. Durante el combate, la mañana del lunes 17, un batallón completo se pasó al bando constitucional.
En medio del caos y la indefinición de las fuerzas, Torrico y La Fuente, creyéndose derrotados, ordenaron la retirada de sus ejércitos. Este último tardaría unas horas en darse cuenta de que sus fuerzas habían aumentado y era el vencedor de Agua Santa, iniciando la persecución de su rival.
Torrico fue el primero en pasar por Montalván rumbo a Lima y quedaría registrado en el libro de contabilidad. Junto con su estado mayor, consumió un almuerzo, que les costó 35 pesos y cuatro reales. Horas más tarde, La Fuente y su oficialidad pagaron 35 pesos y seis reales por la cena.9
Menéndez retoma el mando y a las 4:30 de la tarde del 22 de octubre, el general La Fuente tiene un apoteósico ingreso a Lima, con adornos colgados en las puertas, repiques de campanas, cañonazos y el acompañamiento de los batallones de caballería que salieron a recibirlo. Su victoria es el triunfo del pueblo y las leyes.
El inmenso bullicio llega débilmente hasta su lecho, pero el león de El Roble y Rancagua desfallece. El sol de Chacabuco se apaga. Ya sus débiles fuerzas apenas lo sostienen en este mundo. Al día siguiente, contra todo pronóstico, amanece reanimado, con ganas de levantarse.
Rosita, Patricia y Petronila acuden presurosas, lo cambian y ayudan a sentarlo en un sillón. Por una eternidad de minutos, por su mente pasan las peripecias de los campos de batalla y los momentos que vivió en Santiago, Mendoza, Londres y Lima, las ciudades que –según Orrego Vicuña- marcan etapas decisivas de su vida.
Antes del mediodía, lo invade una palidez mortal y respira con enorme dificultad. En medio de los ahogos, a Patricia le pide el modesto vestido franciscano que será su mortaja. “Este es el hábito que me envía mi Dios”, dice al besarlo con resignación.
Junto a su cama siguen las tres mujeres, conmovidas y llorosas. Pedro Demetrio, el hijo que llegó siendo un niño y ahora es un joven de 24 años, las acompaña ante el desenlace inminente. La respiración del enfermo es cada vez más difícil y, a las 12:30 del día, exhala su última frase: “Magallanes”.
Por una cruel ironía y que será un baldón para su patria, el mismo día que El Comercio informaba sobre su muerte, en la nota inmediata anterior se insertaba el artículo único del decreto del Departamento de Guerra de Chile, que acordaba pagarle dos años de sus sueldos de capitán general así residiera fuera del país.
La promulgación de la ley, aprobada por el Congreso sureño el 6 de octubre, lleva la firma del presidente Bulnes y D. Bernardo, que tanto tiempo la esperó y necesitó, no debió sentir ningún alivio ni satisfacción si la llegó a conocer. A renglón seguido, se informó del deceso:
“El largo espacio que residió en este país supo conciliarse los respetos y las simpatías de todos, reconocido al Perú por los favores de que le era deudor, no perdía ocasión de expresar su reconocimiento; pero ansiaba volver a su país para ser testigo de la felicidad de sus paisanos a la que tanto contribuyó, la Providencia no le concedió este favor y a las doce y media de hoy terminó su carrera mortal”.
Esa mañana, entre los remitidos de El Comercio, hay una Necrología firmada por Un amigo sincero de Perú y Chile:
“El espíritu de un hombre verdaderamente grande acaba de dejar este mundo… una enfermedad en el corazón, causada por la ingratitud, mala fe e injusticia, que experimentó por muchos años, hasta un grado casi sin ejemplo en los anales de la bajeza, codicia y perfidia humana.
“… las virtudes y el ejemplo de O´Higgins, con el transcurso del tiempo, producirán el más saludable e importante efecto moral, no solo entre los habitantes de Chile, sino del Perú, pues es inevitable que estos pueblos mirarán con respeto, afecto y entusiasmo las cualidades amables y grandes servicios de un ciudadano que el Congreso ha llamado el fundador de la República de Chile sino también el más digno y esforzado amigo de la libertad del Perú”.
A los actos litúrgicos asiste el recién ascendido gran mariscal La Fuente y el tercer vicepresidente del Consejo de Estado, Justo Figuerola, albacea del finado junto con el hacendado chileno Joaquín Ramos.
Doña Rosa necesitó un préstamo de más de 700 pesos para el entierro, entregados por Antonio Sagastabeytia, secretario del albacea Ramos. Hasta la tumba sería prestada.
“Es de necesidad política que su funeral se haga con la solemnidad y decoro que corresponde a la alta notabilidad de su persona, y a las atenciones a que mutuamente deben prestarse ambas repúblicas”,10 fue la esquela de invitación entregada a las autoridades y al representante sureño Ventura Lavalle.
En la lista de gastos, presentada por Sergio Fernández, se suman los pagos por misas y toques de campana en la Catedral e iglesias de La Merced y San Agustín. Los oficios religiosos siguieron en la misma casa. Solo por este rubro de la fe se gastó 133.2 pesos.
Los dolientes familiares fueron acompañados por magistrados de la Corte Suprema, generales y diplomáticos extranjeros, movilizados en treinta y cinco calesas, incluído el coche del arzobispo.11
Antes de depositarlo en el nicho 33 C del Pabellón Santo Toribio, en la capilla del camposanto, el padre Urías le dedicó un último homenaje reproducido en El Comercio: “Ved aquí señores, al yerto cadáver del Sr. D. Bernardo O´Higgins; ved aquí tendido y sin aliento al hombre extraordinario, al ilustre americano, al padre de la libertad, al valiente y mil veces vencedor… Este varón ilustre, no nos ha legado más que virtudes. Imitémosle, señores… lloremos, lloremos su irreparable pérdida…”.
Pabellón de Santo Toribio, en el hoy cementerio Presbítero Maestro, en el nicho donde fue enterrado Bernardo O´Higgins.
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