CON GHIGGIA ANTES DE SU ACCIDENTE











Exclusiva con el héroe del Maracanazo en Las Piedras
-Don Alcides, he venido desde Lima a saludarlo.
-Ah, era usted…
Alcides Edgardo Ghiggia, el delantero que inventó la palabra Maracanazo con un soberbio derechazo en 1950, me extendió la mano algo sorprendido, con una media sonrisa. Estaba frente al puesto de ropa de su esposa, en la feria permanente de Las Piedras, un pueblo a más de media hora de viaje en bus desde Montevideo.
-Aquí me tiene.
La aventura de conocer y entrevistar a la última gloria uruguaya, al rápido y penetrante wing que hizo llorar a Brasil en la gesta más grande del fútbol mundial, no había sido fácil por su poca o nula predisposición a conceder entrevistas.
“A los periodistas de Montevideo no les doy entrevistas porque no quieren pagar. Dicen que no tienen plata, pero a las figuras del extranjero sí les pagan. Además, acá han venido de Argentina, de Brasil, de Perú, de Norteamérica y a todos les cobré”, le dijo en el 2002 al colombiano Leonardo Haberkorn.
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Ghiggia hizo una fugaz visita a Lima, en diciembre del año pasado, como invitado especial por los 25 años de la Peña de los Jueves, club que reúne a los ex seleccionados peruanos. Al evento se presentó con una chompa vieja y parecía un jubilado más. Fue distinguido con un diploma y agradeció con unas breves palabras, pero los diarios apenas le dieron una o dos líneas. Cuando moví contactos para ubicarlo, siempre veloz, don Alcides ya estaba en vuelo a su querido Uruguay. No permaneció en Lima ni 24 horas, pero saber que vivía fue una gran y grata sorpresa.
La ocasión de ir al lejano país oriental se presentó en fechas que coincidían con el Perú-Uruguay del 10 de junio, en Montevideo. Pero conocer el Centenario y ver el partido, en realidad, no se comparaba a conocer y hablar con el último sobreviviente del partido más trascendental en la historia del fútbol.
Manuel Paz, de  la web Goles y Apuntes, tenía los contactos para dar con el escurridizo ex goleador uruguayo. Dos días antes de viajar, desde Lima habló por primera con don Alcides y este expresó estar de acuerdo, pero pidió confirmar la entrevista cuando estuviéramos en Montevideo. Aunque afable y cordial, se le notaba distante y algo cortante.
Ya en la capital uruguaya, en la víspera del partido, se retomó el contacto al mediodía, pero para echar más sombras. Ghiggia ya no nos esperaba ese mismo sábado en la tarde o la noche. Según explicó, tenía que ir por cuestiones personales a Tacuarembó, ciudad a tres o cuatro horas de viaje. Todo parecía indicar que evitaba el encuentro.
-Podemos hablar en el estadio, iré a las 2 de la tarde…
Ubicar al anciano ex delantero, entre los 45 mil uruguayos que irían al Centenario al día siguiente, sería como buscar una aguja en un pajar. Ante nuestras dudas e insistencia, adelantó antes de cortar:
-Pero a las 11 de la mañana estaré en la Feria Permanente, en el stand de mi esposa.
Esa noche, en el hall de un tres estrellas de Montevideo, pocos creían que se podía hablar con el viejo puntero derecho. –Lo veo difícil, él no quiere hablar, dijo moviendo la cabeza el ex jugador crema Rubén Techera.
-¿Y por qué, tiene algún problema?
-La verdad que la pasa mal, está pobre. Quiere plata por entrevista.
Y plata solo tenía para sobrevivir dos días más en Buenos Aires.
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El viaje a Las Piedras fue cómodo, pero iba casi a ciegas, sin ninguna certeza de ser recibido y con la duda terrible de no encontrar al héroe de 1950.
Algunas veces, mientras el carro avanzaba por una planicie de pastos salpicada por casas y algunas vacas, se me cruzó por la mente si valía la pena viajar tan lejos para no ver en carne y hueso al crack, inmortalizado en esa legendaria foto donde se le ve saltando y gritando su gol de la victoria, mientras el inmenso Moacir Barboza está derrotado en el césped y la pelota en el fondo del arco.
-La Feria Permanente está a la derecha, me dijo el chofer del bus al llegar.
Como todas las ferias, esta era bulliciosa y llena de gente, con familias enteras de compras. Habían ofertas de todo tipo, desde ropas y alimentos, hasta plantas y pollos y patos vivos. Las dos filas de puestos de venta, a golpe de vista, ocupaban al menos ocho cuadras, cruzando incluso las rieles de un tren. Algunas banderitas uruguayas ondeaban al viento.
Ghiggia charlaba animadamente con un amigo cuando pasé por su lado. El frio sol de otoño le caía por la espalda y acentuaba sus facciones afiladas, que los años han respetado. Lo identifique de inmediato por la decena de veces que vi sus fotos y videos, pero seguí de largo y di algunas vueltas hasta esperar que se quedara solo. No quería arruinar la oportunidad con una impertinencia.
Tras merodear unos minutos, me acerqué a saludarlo al verlo recostado en una camioneta verde, con su mirada de águila fija en la gente que pasaba y con las manos en los bolsillos de su casaca. Por la sorpresa que noté en sus ojos, no esperaba que cruzara los Andes, el río de La Plata y llegara hasta Las Piedras, pero nunca se dio cuenta que los contactos los hizo con Paz y no conmigo.
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A los 85 años, don Alcides ha conocido las cumbres y abismos de la vida. De tranco largo y dribling endiablado, dio el pase preciso para empatarle a Brasil y, a 11 minutos del pitazo final, en un deslumbrante rush de seis segundos pero que se recordará por siglos, se quitó de encima al defensor carioca Bigode y colocó un potente disparo que volteó el partido y enmudeció a los 202 mil espectadores del Maracaná.
“En el futbol no hay favoritos, nunca hay favoritos porque al terminar el partido pueden haber sorpresas”.
Es la respuesta precisa, que nace de la experiencia. El 16 de Julio de 1950, Brasil, en los números y la imaginación colectiva internacional, ya era el campeón del mundo. Nadie en su sano juicio podía apostar por Uruguay, que llegaba a la final a duras penas, mientras el Scratch daba espectáculo y goleaba: 7-1 a Suecia, 6-1 a España. Hasta los mismos dirigentes charrúas le habían pedido a sus jugadores no perder por más de 4 goles.
El periodista uruguayo Franklin Morales, que lo vió antes y después del Maracanazo, describió así al número 7 celeste: “Tenía las piernas muy altas, el tórax chico, era como un tentempié, casi imposible de tirar y nunca caía. Su zancada era larguísima, era un galgo. Tenía, además, un coraje a toda prueba. Cuanto más le pegaban, más se agrandaba. Nunca volvió a haber un puntero como él”.
Han corrido ríos de tinta sobre ese histórico triunfo uruguayo, pero el artífice de la víctoria prefiere no ahondar más en el tema, tal vez cansado de repetir la misma historia o como el dice con modestia: “No hablo de mi amigos por respeto, ellos ya no están”.
Don Alcides prefiere hablar del presente, no quiere retroceder al pasado porque no todo le fue mejor. De sus ocho años de gloria en el A.S. Roma y uno en el Milan A.C. se recuerda que manejaba tres Alfa Romeo y era recibido en los estudios Cinecitá por las estrellas italianas Ana Magnani y Gina Llollobrgída. Pero también perduran los testimonios de sus inversiones en malos negocios, la dolce vita y una denuncia por seducir a una menor, que él siempre calificó de burdo chantaje.
El periodista italiano Franco Dominici escribiría de esa época: “…se enamoró locamente de Roma, creyó que podría conquistarla con su dribbling; vivía días sin renuncias; días de larguísimas tardes, de horizontes lejanos, de infinitos espacios a conquistar. Le gustaba ser el centro de la atención. Inauguró un bar en la calle del Tritone y la plaza Barberini, comenzó una serie de inversiones equivocadas (...) En Roma fue amado, devino muy popular pero no ciertamente rico. Al contrario”.
En esos maravillosos años 50, también  se rompió su primer matrimonio y tuvo sus dos únicos hijos, Lilian y Arcadio, quienes nunca quisieron hablar sobre su padre con la prensa. En los 60, se volvió a casar y enviudó a los 90. En esta década, decía la prensa uruguaya, vivía en la extrema miseria, versión que siempre le amargó su relación con los periodistas de su país.
“Ahora no hay esos grandes dribleadores de antes, están desapareciendo. Messi es la última gran estrella, más pícaro y más rápido, ahí está la diferencia”.
Habla corto y preciso, como el dribling que lo hizo famoso y que se puede ver en los videos que hay sobre él en Youtube. El desaparecido “Negro” Obdulio Varela, capitán celeste en el Maracaná, confesaría en su biografía escrita por el periodista uruguayo Antonio Pippo: “Si no fuera por Ghiggia ese partido no lo ganábamos nunca”.
Juan Alberto Schiaffino, el cerebral mediocampista ofensivo que anotó el gol del empate tras recibir el pase preciso de Ghiggia, poco antes de morir en el 2002, sería más explícito: “Alcides jugó brillante, fue imponente. Una cosa increíble. Se comió a todos los que lo marcaban… Era chiquito pero duro, y como corría”. El entrenador del equipo campeón completaría el perfil de ese jovencito de 23 años que deslumbró al mundo ese 16 de julio: “Este loco quería meter el tercer gol”.
 “Cada país tiene un estilo propio, un patrón definido, ahí está Brasil, siempre va a tener el mismo juego bonito”, afirma al hacer un breve balance de cuanto ha cambiado el fútbol en los últimos 50 años, pero no parece muy entusiasmado con la iniciativa de imponer métodos electrónicos para controlar los partidos.
“Los límites al fútbol pueden impedir su crecimiento”, dice sobre el debate en la FIFA por colocar sensores y cámaras de videos que podrían ayudar en el futuro a evitar controversias por “goles fantasmas”, “manos de Dios” o escandalosos regalos de los árbitros a los equipos y selecciones grandes.
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La gente pasa por el modesto puesto levantado con palos y plásticos, y pregunta los precios de camisetas y chompas. Algunos veteranos lo saludan y él responde con una sonrisa y las manos en alto. Don Alcides, a diferencia de cómo se presentó en Lima, luce deportivo y dominguero. Ya no tiene los gruesos mostachos de su juventud, pero cuida un bigotito ralo y perfilado. A su edad se le nota fuerte y erguido.  Cuesta imaginar que sea el ex jugador arruinado que pintaron alguna vez, pero valgan verdades, si mordió la pobreza porque hace diez años escandalizó a los uruguayos al vender sus recuerdos, entre ellas la medalla que le dieron por el triunfo en el Maracaná.
Casado con una mujer de 39 años, que bien podría ser su hija o hasta su nieta, el ex goleador prefiere no tocar el tema ni ahondar en su situación económica. Al margen del pequeño negocio, recibe doble ingreso estatal, mediante una “pensión graciable” concedida por el Congreso y otra de jubilación por trabajar en un casino municipal, empleo que le dieron tras abandonar el fútbol en 1963. También es dueño de una camioneta pequeña, que se compró con los 6 mil dólares que recibió por narrarle su vida al diario El País de Montevideo.
Los años, felizmente, no lo han derrotado y se conserva en buen estado, camina rápido y hace tres dejó de fumar. “Estoy bien, gracias a Dios, eso si, nada con el cigarro, ahora si”. Afirma que se afincó en Las Piedras porque “ya no se podía vivir en Montevideo” y mantiene su amor al fútbol, pero solo acude al Centenario cuando juega su selección. Por ser una gloria viva del país, tiene ingreso directo al palco oficial. “Me dan las entradas que solicito” , remarca con esa convicción natural de un ex campeón del mundo.
Ghiggia afirma no recordar grandes partidos contra Perú, pero se alegró cuando le entregué la camiseta bicolor con el número 14, la de Paolo Guerrero. “Gracias, me faltaba esta del Perú en mi colección”, comentó sin entrar en detalles cuando le explique que esa era la camiseta de nuestro mejor hombre-gol. Pero al hacer un breve balance sobre la selección peruana, advirtiendo que no sería ninguna infidencia, recordó que Sergio Markarián le confesó en Lima: “Me faltan backs”.
 “Hay mucho jugadores que no rinden lo que deben rendir, ahí se pierde  la identidad de un equipo, por eso es muy importante el papel de los técnicos, sino todo se echa a perder”, expresa a modo de consuelo, una advertencia tardía porque Perú pocas horas después cayó en el Centenario y cosechó su cuarta derrota consecutiva.
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Antes de despedirme, porque don Alcides no dejaba de estar atento al puesto de ropa, le pedí tomarle unas fotos con la camiseta peruana y accedió gustoso. “Y usted también quiere unas fotos”, me dijo y llamó a Rosa, una morocha bajita, de cabello corto pintado y jeans apretados. “Ven, ven, tómanos unas fotos”. Mientras ella enfocaba y nosotros nos acomodábamos habló en voz baja: “Es mi mujer”.
Dos días después de esta entrevista, a bordo de su pequeña camioneta verde, don Alcides, su esposa y una cuñada fueron embestidos por un camión en las afueras de Las Piedras.
El vehículo quedó destrozado en la parte delantera y Ghiggia sufrió la peor parte, con fuertes traumatismos en la cabeza y fracturas en la cadera y extremidades. Las dos mujeres resultaron ilesas. Al escribirse estas líneas, permanecía en situación estable y los amantes del fútbol, en todo el mundo, volvieron a poner sus ojos en este jugador legendario, el último que queda de las dos selecciones que protagonizaron en 90 minutos electrizantes y sin par el mito del Maracanazo.
 



















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