CON GHIGGIA ANTES DE SU ACCIDENTE
-Ah, era usted…
Alcides Edgardo Ghiggia, el
delantero que inventó la palabra Maracanazo con un soberbio derechazo en 1950,
me extendió la mano algo sorprendido, con una media sonrisa. Estaba frente al
puesto de ropa de su esposa, en la feria permanente de Las Piedras, un pueblo a
más de media hora de viaje en bus desde Montevideo.
-Aquí me tiene.
La aventura de conocer y entrevistar
a la última gloria uruguaya, al rápido y penetrante wing que hizo llorar a
Brasil en la gesta más grande del fútbol mundial, no había sido fácil por su
poca o nula predisposición a conceder entrevistas.
“A los periodistas de Montevideo
no les doy entrevistas porque no quieren pagar. Dicen que no tienen plata, pero
a las figuras del extranjero sí les pagan. Además, acá han venido de Argentina,
de Brasil, de Perú, de Norteamérica y a todos les cobré”, le dijo en el 2002 al
colombiano Leonardo Haberkorn.
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La ocasión de ir al lejano país
oriental se presentó en fechas que coincidían con el Perú-Uruguay del 10 de
junio, en Montevideo. Pero conocer el Centenario y ver el partido, en realidad,
no se comparaba a conocer y hablar con el último sobreviviente del partido más
trascendental en la historia del fútbol.
Manuel Paz, de la web Goles y Apuntes, tenía los
contactos para dar con el escurridizo ex goleador uruguayo. Dos días antes de viajar,
desde Lima habló por primera con don Alcides y este expresó estar de acuerdo,
pero pidió confirmar la entrevista cuando estuviéramos en Montevideo. Aunque
afable y cordial, se le notaba distante y algo cortante.
Ya en la capital uruguaya, en la
víspera del partido, se retomó el contacto al mediodía, pero para echar más
sombras. Ghiggia ya no nos esperaba ese mismo sábado en la tarde o la noche. Según
explicó, tenía que ir por cuestiones personales a Tacuarembó, ciudad a tres o
cuatro horas de viaje. Todo parecía indicar que evitaba el encuentro.
-Podemos hablar en el estadio, iré a las 2 de la tarde…
Ubicar al anciano ex delantero,
entre los 45 mil uruguayos que irían al Centenario al día siguiente, sería como
buscar una aguja en un pajar. Ante nuestras dudas e insistencia, adelantó antes
de cortar:
-Pero a las 11 de la mañana estaré en la Feria Permanente, en el stand
de mi esposa.
Esa noche, en el hall de un tres
estrellas de Montevideo, pocos creían que se podía hablar con el viejo puntero
derecho. –Lo veo difícil, él no quiere hablar, dijo moviendo la cabeza el ex
jugador crema Rubén Techera.
-¿Y por qué, tiene algún problema?
-La verdad que la pasa mal, está pobre.
Quiere plata por entrevista.
Y plata solo tenía para sobrevivir
dos días más en Buenos Aires.
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El viaje a Las Piedras fue cómodo,
pero iba casi a ciegas, sin ninguna certeza de ser recibido y con la duda terrible
de no encontrar al héroe de 1950.
Algunas veces, mientras el carro
avanzaba por una planicie de pastos salpicada por casas y algunas vacas, se me
cruzó por la mente si valía la pena viajar tan lejos para no ver en carne y
hueso al crack, inmortalizado en esa legendaria foto donde se le ve saltando y
gritando su gol de la victoria, mientras el inmenso Moacir Barboza está derrotado
en el césped y la pelota en el fondo del arco.
-La Feria Permanente está a la
derecha, me dijo el chofer del bus al llegar.
Como todas las ferias, esta era
bulliciosa y llena de gente, con familias enteras de compras. Habían ofertas de
todo tipo, desde ropas y alimentos, hasta plantas y pollos y patos vivos. Las
dos filas de puestos de venta, a golpe de vista, ocupaban al menos ocho cuadras,
cruzando incluso las rieles de un tren. Algunas banderitas uruguayas ondeaban
al viento.

Tras merodear unos minutos, me
acerqué a saludarlo al verlo recostado en una camioneta verde, con su mirada de
águila fija en la gente que pasaba y con las manos en los bolsillos de su
casaca. Por la sorpresa que noté en sus ojos, no esperaba que cruzara los
Andes, el río de La Plata y llegara hasta Las Piedras, pero nunca se dio cuenta
que los contactos los hizo con Paz y no conmigo.
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“En el futbol no hay favoritos, nunca hay favoritos porque al terminar
el partido pueden haber sorpresas”.
Es la respuesta precisa, que nace
de la experiencia. El 16 de Julio de 1950, Brasil, en los números y la
imaginación colectiva internacional, ya era el campeón del mundo. Nadie en su
sano juicio podía apostar por Uruguay, que llegaba a la final a duras penas,
mientras el Scratch daba espectáculo y goleaba: 7-1 a Suecia, 6-1 a España. Hasta
los mismos dirigentes charrúas le habían pedido a sus jugadores no perder por
más de 4 goles.

Han corrido ríos de tinta sobre
ese histórico triunfo uruguayo, pero el artífice de la víctoria prefiere no ahondar
más en el tema, tal vez cansado de repetir la misma historia o como el dice con
modestia: “No hablo de mi amigos por
respeto, ellos ya no están”.
Don Alcides prefiere hablar del
presente, no quiere retroceder al pasado porque no todo le fue mejor. De sus ocho
años de gloria en el A.S. Roma y uno en el Milan A.C. se recuerda que manejaba tres
Alfa Romeo y era recibido en los estudios Cinecitá por las estrellas italianas
Ana Magnani y Gina Llollobrgída. Pero también perduran los testimonios de sus
inversiones en malos negocios, la dolce vita y una denuncia por seducir a una
menor, que él siempre calificó de burdo chantaje.

En esos maravillosos años 50, también
se rompió su primer matrimonio y
tuvo sus dos únicos hijos, Lilian y Arcadio, quienes nunca quisieron hablar
sobre su padre con la prensa. En los 60, se volvió a casar y enviudó a los 90. En
esta década, decía la prensa uruguaya, vivía en la extrema miseria, versión que
siempre le amargó su relación con los periodistas de su país.
“Ahora no hay esos grandes dribleadores de antes, están desapareciendo. Messi
es la última gran estrella, más pícaro y más rápido, ahí está la diferencia”.
Habla corto y preciso, como el
dribling que lo hizo famoso y que se puede ver en los videos que hay sobre él
en Youtube. El desaparecido “Negro” Obdulio Varela, capitán celeste en el
Maracaná, confesaría en su biografía escrita por el periodista uruguayo Antonio
Pippo: “Si no fuera por Ghiggia ese partido no lo ganábamos nunca”.
Juan Alberto Schiaffino, el cerebral
mediocampista ofensivo que anotó el gol del empate tras recibir el pase preciso
de Ghiggia, poco antes de morir en el 2002, sería más explícito: “Alcides jugó
brillante, fue imponente. Una cosa increíble. Se comió a todos los que lo
marcaban… Era chiquito pero duro, y como corría”. El entrenador del equipo
campeón completaría el perfil de ese jovencito de 23 años que deslumbró al
mundo ese 16 de julio: “Este loco quería meter el tercer gol”.
“Cada país tiene un estilo
propio, un patrón definido, ahí está Brasil, siempre va a tener el mismo juego
bonito”, afirma al hacer un breve balance de cuanto ha cambiado el fútbol en los últimos 50 años, pero no
parece muy entusiasmado con la iniciativa de imponer métodos electrónicos para
controlar los partidos.
“Los límites al fútbol pueden impedir su crecimiento”, dice sobre
el debate en la FIFA por colocar sensores y cámaras de videos que podrían
ayudar en el futuro a evitar controversias por “goles fantasmas”, “manos de
Dios” o escandalosos regalos de los árbitros a los equipos y selecciones
grandes.
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Casado con una mujer de 39 años,
que bien podría ser su hija o hasta su nieta, el ex goleador prefiere no tocar
el tema ni ahondar en su situación económica. Al margen del pequeño negocio,
recibe doble ingreso estatal, mediante una “pensión graciable” concedida por el
Congreso y otra de jubilación por trabajar en un casino municipal, empleo que
le dieron tras abandonar el fútbol en 1963. También es dueño de una camioneta
pequeña, que se compró con los 6 mil dólares que recibió por narrarle su vida al
diario El País de Montevideo.
Los años, felizmente, no lo han
derrotado y se conserva en buen estado, camina rápido y hace tres dejó de
fumar. “Estoy bien, gracias a Dios, eso
si, nada con el cigarro, ahora si”. Afirma que se afincó en Las Piedras
porque “ya no se podía vivir en
Montevideo” y mantiene su amor al fútbol, pero solo acude al Centenario
cuando juega su selección. Por ser una gloria viva del país, tiene ingreso
directo al palco oficial. “Me dan las
entradas que solicito” , remarca con esa convicción natural de un ex
campeón del mundo.
Ghiggia afirma no recordar grandes
partidos contra Perú, pero se alegró cuando le entregué la camiseta bicolor con
el número 14, la de Paolo Guerrero. “Gracias,
me faltaba esta del Perú en mi colección”, comentó sin entrar en detalles
cuando le explique que esa era la camiseta de nuestro mejor hombre-gol. Pero al
hacer un breve balance sobre la selección peruana, advirtiendo que no sería
ninguna infidencia, recordó que Sergio Markarián le confesó en Lima: “Me faltan backs”.
“Hay
mucho jugadores que no rinden lo que deben rendir, ahí se pierde la identidad de un equipo, por eso es
muy importante el papel de los técnicos, sino todo se echa a perder”, expresa a
modo de consuelo, una advertencia tardía porque Perú pocas horas después cayó
en el Centenario y cosechó su cuarta derrota consecutiva.
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Dos días después de esta
entrevista, a bordo de su pequeña camioneta verde, don Alcides, su esposa y una
cuñada fueron embestidos por un camión en las afueras de Las Piedras.
El vehículo quedó destrozado en la
parte delantera y Ghiggia sufrió la peor parte, con fuertes traumatismos en la
cabeza y fracturas en la cadera y extremidades. Las dos mujeres resultaron
ilesas. Al escribirse estas líneas, permanecía en situación estable y los
amantes del fútbol, en todo el mundo, volvieron a poner sus ojos en este
jugador legendario, el último que queda de las dos selecciones que protagonizaron
en 90 minutos electrizantes y sin par el mito del Maracanazo.
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