JOSÈ GIL DE CASTRO: EL PINTOR DE LA LIBERTAD
La directora del Museo de Arte de Lima, Natalia Majluf desde hace 20 años tenía el interés puesto en Gil de Castro, por su trayectoria tan especial que lo convierte en un retratista de dos mundos, entre el fin del largo coloniaje de tres siglos y el nacimiento de las nuevas repúblicas sudamericanas.
“Lo bonito es que este proyecto tiene que ver con la historia de todos. Es un artista fundamental para la iconografía argentina y el arte peruano y chileno, en un momento en que la región era una, donde había una causa común”, afirmó Majluf el año pasado en Santiago, durante jornadas de trabajo con especialistas de Chile y Argentina. “De cierta forma me parece justo que recuperar su figura histórica sea de esa misma forma, trabajando en conjunto”. (Natalia Majluf, al centro, con equipo trinacional)
HIJO DE ESCLAVA LIBRE
La vida de Gil de Castro está llena de oscuridades, como la mayoría de los fondos de sus retratos. Solo se sabe con certeza que nació el 1 de setiembre de 1785 en Lima y que fue bautizado en la Parroquia del Sagrario, al costado de la Catedral limeña.
Ahí está registrado que fue hijo del pardo José Mariano Carvajal Castro, capitán de las milicias virreynales, y de la esclava libre María Leocadia Morales. La familia debía vivir sin mucha holgura en los alrededores de la Plaza de Armas, entre las estrechas casas de adobe que, en cada manzana, eran vecinas de las grandes y lujosas mansiones de la Ciudad de los Reyes.
En su tesis de licenciatura, Patricia Mondoñedo Murillo señala que por la actividades de su padre, la niñez y parte de la juventud de José Gil transcurrió en Trujillo, donde también se enroló en el ejército y llegó a obtener el mismo grado de su progenitor.
No hay una información precisa sobre los caminos que siguió para alcanzar su dominio del pincel y la pintura, especializándose en los retratos. Algunos autores indican que fue autodidacta, pero por la época que vivió en Perú, tal vez fue discípulo de los maestros Josè del Pozo, Julián Jayo, Joaquin Bermejo y Pedro Díaz. También pudo recibir influencias de “algún retratista de la tardía escuela limeña”, precisa Mondoñedo.
Los motivos de su traslado a Santiago de Chile son un misterio y no hay acuerdo sobre su llegada a la capital mapochina, porque unos lo fijan en 1805 (Rubén Vargas Ugarte) o 1806 (Ricardo Mariátegui Oliva, autor del libro José Gil de Castro). Otros creen que aún estaba en Lima, en una comunidad artesanal de pintores, en 1807.
Era esa una época de convulsiones en la América española, remecida por los acontecimientos en Europa, azotada por los ejércitos de Napoleón, que invade España y toma preso al rey Fernando VII, en 1808. El retratista limeño, ya en Santiago, sería testigo de los inicios de la Patria Vieja, etapa en la que los criollos chilenos declaran su autonomía hasta 1814, en que son derrotados por las tropas enviadas desde Lima por el virrey Abascal.
MATRIMONIO CHILENO
Desde un pequeño estudio montado en la calle Victoria, al pie del pequeño cerro Santa Lucía enclavado en el centro de Santiago, José Gil fue testigo directo del nacimiento del Chile independiente y conoció a los protagonistas de esta gesta, que posaron para su pincel.(Al lado, la Plaza Mulato Gil, en Santiago).
En Santiago, como en Lima, a José Gil no le fue fácil abrirse paso en medio de sociedades cerradas, con marcado desdén por los negros, indígenas y mestizos de cualquier color. Pero la calidad de su arte, dedicado a retratar a los hombres y mujeres de buena posición, le abrió muchas puertas y hasta el corazón de la criolla chilena Marìa de la Concepciòn Martínez.
Para estar juntos, ambos se enfrentaron a muchos prejuicios y dejaron atrás cuchicheos malintencionados. Ya entonces era muy sólida la reputación del limeño mulato, pues en 1816, el cabildo de Santiago lo nombrò Maestro Mayor del gremio de pintores. Al año siguiente, el 8 de junio, el mulato y la criolla sellaron su amor con el matrimonio, en la parroquia del Sagrario de la Catedral santiaguina.
Según algunos autores, Jose Gil se fue a Buenos Aires en 1811 para enrolarse en la lucha por la independencia y volvió a Chile en 1814, pero la especialista argentina Laura Malosetti señala que este es un error iniciado por un historiador de arte en los años 30. Una investigación de censos de la época precisa que el retratista nunca estuvo en Argentina, señaló en una entrevista.
Lo que si está comprobado es que el artista limeño, en Santiago, abrazó la causa de la independencia y se plegó a las fuerzas del Ejército de los Andes al mando de José de San Martín, que en las batallas de Chacabuco (1817) y Maipù (1818) selló la independencia de Chile.
En el fragor de la lucha contra las fuerzas españolas, el militar pintor hizo amistad con el general y director supremo, Bernardo O`Higgins, quien reconoció sus méritos militares y sus conocimientos en ingeniería y cosmografía, titulos que llenaron de orgullo al mulato limeño, quien se encargó de destacarlo para la posteridad de la única forma que le era posible.
O'Higgins Riquelme, el Padre de la patria chilena, en la cúspide de su poder en 1820, posó para un retrato al óleo hecho por Gil de Castro, obra que hoy es la imagen oficial con que los chilenos conocen a su primer presidente desde las aulas escolares. En ese cuadro, que se exhibe en el Museo de Bellas Artes santiaguino, el artista se dio la libertad de ensalzar sus tìtulos, al poner en la cartela con pulcra caligrafía: “Lo retrató fielmente el Capitán de Ejército José Gil, segundo cosmógrafo, miembro de la Mesa Topográfica y Antigrafista del Supremo Director”.
EL RETORNO
Patricia Mondoñedo en su tesis señala que la “estadía en Chile se ve acortada por sucesivos viajes que comenzò a realizar entre Chile y Perú de acuerdo, posiblemente, a pedidos que recibiera de particulares”. Los estudiosos de Gil de Castro coinciden en señalar que se afincó definitivamente en Lima, en 1825, aunque otras versiones anotan que lo hizo en 1822 y, en 1824, se le encargò diseñar los uniformes del ejército en su calidad de primer pintor de càmara del gobierno.
La Ciudad de los Reyes estaba entonces bajo el protectorado del Libertador Simòn Bolìvar, a quien el moreno retratista pintó varias veces. Una de esas obras, un pequeño busto donde el Libertador aparece con bigotes, se exhibe en el Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia de Pueblo Libre. Ya antes, en 1818, en Chile, había hecho lo mismo con el Libertador San Martín, a quien también retrató unas cinco veces, cuadros que están en museos de Chile, Argentina y Perú.
En Lima, como en Santiago, Gil de Castro retrató en lienzo a los personajes civiles más solventes e influyentes, y a los militares ansiosos de posar para la posteridad con los galones obtenidos en la lucha por la emancipación de América del Sur. Estas pinturas por encargo, como era obvio, pasaron de generaciòn en generaciòn entre los dueños y hoy forman parte de colecciones privadas.
Sin embargo, en 1828, el pintor mulato recibió el encargo de retratar al mártir José Olaya, ejecutado cinco años antes por orden del virrey La Serna y encumbrado como mártir de la patria naciente por su sacrificio al no delatar a los patriotas que conspiraban en Lima.
El retrato de Olaya ha sido materia de interés e investigación porque rompe con el hilo del trabajo de José Gil, hasta entonces solo dirigido a retratar a oficiales llenos de charreteras o poderosos y ricos personajes civiles.
Fue el primer retrato sin modelo, porque Olaya ya estaba muerto y entonces la imagen que se tiene es una pura imaginación del pintor. Era además la primera vez que el artista ponía al óleo la imagen de un humilde pescador, un mestizo al que, sino fuera por su aureola de patriotismo y de sacrificio, no hubiera retratado según los rígidos cánones sociales de la época.
En su tesis “José Olaya, Obra disímil en la producción pictórica de José Gil de Castro”, Mondoñedo tambièn destaca que el pintor le otorgó su formato más grande e importante al pintarlo de cuerpo entero, como solo lo hizo antes con O`Higgins, San Martín y Bolívar.
Superadas las convulsiones independentistas, el artista prosiguió sus actividades en la caótica década de los 30, en que retrató al presidente Josè de Orbegoso y a una pléyade de generales y caudillos. No se debe olvidar su retrato del mariscal José Bernardo de Tagle, Marqués de Torre Tagle y segundo presidente del Perú, al que tuvo como modelo antes que se encierre en Real Felipe, donde murió de hambre y peste en 1825.
José Gil de Castro, a pesar de su enorme éxito artístico y de moverse en los altos círculos políticos y militares del Perú, murió ante la indiferencia de los organismos públicos y de la prensa de entonces, pues no esta registrada la fecha de su deceso. Tan incierta es su hora final que sus pocos biógrafos señalan que se pudo ir de este mundo en 1835, 1837, 1840 o 1841.
No hay otro pintor que haya tenido una influencia tan abarcadora y tan decisiva, ni otro pintor del siglo XIX o XX, salvo un personaje tipo Diego Rivera o alguien así, que haya llegado a tener una influencia tan grande para tantos países y tantos estilos, en lo artístico, histórico, político. Natalia Majluf
AMBICIOSO PROYECTO
El proyecto trinacional abordará la obra del pintor peruano desde el análisis técnico e histórico en un trabajo interdisciplinario pocas a veces realizado en América Latina. Este año, el trabajo culminará con una exposición itinerante en Lima, Santiago y Buenos Aires, la publicación de un catálogo y un simposio internacional. La directora del Museo de Arte de Lima (MALI), Natalia Majluf es coordinadora del proyecto y participan Nestor Barrio, Director del Taller Tarea de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) de Buenos Aires; Laura Malossetti, profesora de la UNSAM; Roberto Amigo, del Instituto de Teoría e Historia del Arte de Buenos Aires; Eduardo Wuffarden historiador del arte peruano y Juan Manuel Martinez del Museo Histórico Nacional y el Centro Nacional de Restauracion y Conservación de Chile.
AUTORRETRATO
Según el historiador de arte Ricardo Mariátegui Oliva (1907-1991), José Gil de Castro se autorretrató en la pintura “Nuestra Señora de los Dolores”, donde aparecería como un ángel, con túnica verde y rojo. Tiene el rostro de una persona adulta, pelo oscuro y no blanco ni rosado como se acostumbraba pintar a los ángeles. En el reverso de la tela, parte inferior, en letras manuscritas se lee: El retratista Josef Gil de Castro: en el año 1815, “A de / voción” de D. Eusevio de Oliva y de doña Michaela Álvarez. Esta obra figura en colección privada en Chile.
Rubrica del pintor, puesta en su pintura de José Olaya
Muy buen artículo. Gracias.
ResponderEliminarEl retrato de O´Higgins está en el Museo Histórico Nacional de Chile, no en el Bellas Artes.
Saludos,