EL TRÁGICO Y ALUCINANTE SITIO AL REAL FELIPE


En el proceso de la independencia del Perú, el 28 de Julio podría ser definido como un formalismo, pero no como el puntillazo en la emancipación del poder español. Esos pasos definitivos se darían con las célebres batallas de Junín y Ayacucho, pero la estocada definitiva a la presencia política y militar de España en el Perú y América del Sur se daría en el Real Felipe del Callao.

Tan precaria fue la independencia sellada con el célebre por “la voluntad general de los pueblos y por la causa que Dios defiende” de San Martín, que una fuerza de más de dos mil realistas, al mando del mismísimo virrey La Serna se encontraba en los castillos del Real Felipe en esos precisos momentos, el 28 de Julio de 1821. Otro importante y más poderoso ejército realista, al mando del general José de Canterac operaba en la sierra sur.

Lejos de alentar a las multitudes a favor de la causa de la independencia, la salida de los realistas sembró el caos y el miedo en Lima.







MIEDO AL NUEVO ORDEN

Sir Basill Hall, jefe de la escuadra británica que siguió entre 1820 y 1822 el proceso de la independencia, escribió que tal era la confusión en la capital que buena parte de la población quería estar bajo el resguardo de las armas coloniales.

Multitudes se precipitaron hacia el castillo, y al ser interrogadas sobre las razones que les empujaban a abandonar la ciudad, no daban otra que el miedo”, escribió Hall. Este miedo pronto desataría páginas de terror y sangre.

Declarada la Independencia e instaurado el Protectorado de San Martín, pronto fue evidente en Lima y en las capitales de las otras ex colonias españolas que no estarían completamente libres mientras siguieran operativos en el Perú los poderosos ejércitos coloniales del virrey La Serna, que controlaban la sierra centro y sur, incluido el Cusco como su capital.

La pasividad de San Martín ante esta situación, en comparación a la pujante actividad de Bolívar en el norte, pronto los llevaría a conferenciar en Guayaquil, donde debatieron si esta ciudad pasaba al Perú o a la Gran Colombia, además de llegar a un acuerdo sobre el tipo de gobierno que tendría el Perú.

San Martín se inclinaba por una monarquía constitucional, mientras que Bolívar abogaba por la república como forma de gobierno para toda la América hispana. En los hechos, San Martín perdió protagonismo y el camino le quedó libre a Bolívar para enfrentar al aún vigoroso poderío español.

Los generales peruanos José de la Riva Agüero y Bernardo de Tagle (ambos de tan rancio abolengo colonial que ostentaban los títulos de marqueses) fueron incapaces de frenar los avances españoles y, en junio de 1823, Canterac se apodera de Lima por unos días.

Pero entonces, dominar la capital era estratégicamente de poco valor para los españoles, que preferían operar desde la sierra, donde era posible abastecerse de alimentos y de nuevos soldados entre los indígenas que, en su gran mayoría, abrazaban la causa realista.

Al llegar Bolívar a Lima, en setiembre de 1823, en la plaza del Callao se encontraba un ejército de más de dos mil hombres al mando de Dámaso Moyano, quien por falta de pago y de atención a sus soldados se sublevó el 5 de febrero de 1824 y entregó el Real Felipe a los españoles que tenía encarcelados.

Fortalecidos por este golpe de suerte, el general Canterac envia una fuerza con el general Monet y logra tomar Lima el 25 de ese mes, sin encontrar resistencia por parte de las fuerzas del presidente marqués de Torre Tagle, quien temeroso de ser fusilado por Bolívar por perder Lima y el Callao, decidió pasarse al bando español acuartelado en el Real Felipe.



HOMBRE

DE HIERRO

Nominado el general José Ramón Rodil como jefe de la guarnición del Callao, mantuvo su poder con mano de hierro y, con sorpresa veía llegar a miles de civiles, ricos y pobres, con familias enteras, que solicitaban protección debido a la derrota española en la Pampa de la Quinua y a la consiguiente Capitulación de Ayacucho, firmada en el campo de batalla el 9 de diciembre de ese 1824.

Inflexible y autoritario, confiado en que España no abandonaría sus colonias, Rodil desconoció la Capitulación de Ayacucho y se hizo fuerte en el Callao, aunque desde un inicio vió como un problema la presencia de civiles que le disputaban el agua y la comida a los soldados.

La situación se volvió más insostenible cuando empezaron a llegar tropas patriotas que iniciaron un cerco de hierro sobre todo el Callao, que era sometido a bombardeos sistematicos desde Bellavista, en tierra, y desde el mar por los barcos que dirigía el almirante Guisse.

Feroz e implacable, Rodil decretó una ley marcial en el Callao y pasó por las armas a cientos de soldados por el solo intento de sublevarse o tratar de desertar al bando patriota. Otros tantos civiles también fueron fusilados, sospechosos de ser informantes de la fuerza sitiadora.

Empezó entonces unos de los capítulos más dramáticos y alucinantes de la historia peruana, con más de diez mil personas cercadas en el Callao y el Real Felipe, quienes cada día, en forma inexorable, veían reducirse sus raciones de alimento y agua, mientras que aparecían peligrosos brotes de enfermedades, debido a la suciedad y falta de agua.

ENTRE DOS FUEGOS

En el largo y extenuante verano de 1825, Rodil comprendió que los civiles eran un estorbo para sus soldados y, en forma astuta, los alentó para que se fueran poco a poco. Estos inicialmente fueron bien recibidos y pudieron seguir camino a Lima, pero poco después los oficiales sitiadores se dieron cuenta que así los realistas ganaban tiempo y se quitaban un peso de encima.

Decidieron entonces los patriotas disparar a todos aquellos que trataran de salir del Callao, así lleven banderas blancas y supliquen por sus vidas. Los realistas, igualmente, tiroteaban y mataban a todos aquellos que eran rechazados por los patriotas.

Pronto la tierra de nadie que separaba a ambos bandos, entre el Callao y Bellavista, se llenó de cadáveres insepultos, que eran devorados por los gallinazos al aire libre.

Cada día, la situación era más insostenible. Al acabarse las últimas provisiones de carne, se empezaron a consumir ratas, lo que aumentó el número de enfermos por escorbuto y pestes que acabaron con los dos tercios de los 8 mil civiles que por una u otra razón se refugiaron en el Callao.

Entre esos ilustres finados se encontrarían el presidente Bernardo de Tagle, marques de Torre Tagle, su esposa y sus dos hijas, así como su vicepresidente Diego de Aliaga, el marques de San Juan de Lurigancho y otros ilustres nobles limeños.

Los mismos soldados de Rodil también debieron comerse hasta las suelas de sus botas y beber sus orines porque el sitio implacable no los dejaba abastecerse de nada. Al hambre y la sed, se sumaba el horrendo espectáculo de ver morir todos los días a decenas de personas por hambre o enfermedades.

En enero de 1826, cuando ya las esperanzas de recibir ayuda de España eran nulas y cuando prácticamente solo quedaba tierra para comer, el coronel realista Ponce de León se pasó a las filas patriotas y luego lo siguió el comandante gobernador del Real Felipe.

Los dos conocían todos los engranajes de la defensa montada por Rodil y éste comprendió que toda resistencia sería inútil con los soldados que más parecían fantasmas y esqueletos.

Tras 12 dias de negociaciones, y con todas las garantías para el honor de él y sus hombres, Rodil entregó el Real Felipe a los patriotas el 23 de enero de 1826. De los 2800 soldados atrincherados, solo 362 marcharon con Rodil a España, donde la reina lo llenó de honores y tuvo larga vida. Ahora si el Perú y América del Sur eran libres de toda amenaza española.


Comentarios

  1. Muchas gracias por la publicación, me fue muy útil , sigan así! :)

    Karina, de Péru

    PD. Miren mi blog www.kariwood960.blogspot.com :D

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  2. a mi no me fue muy utilque digamos

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